FR. HERMANN SCHALÜCK, OFM

"LLENAR LA TIERRA CON EL EVANGELIO DE CRISTO"

El Ministro general a los hermanos menores sobre la evangelización: de la tradición a la profecía

ROMA, PENTECOSTÉS DE 1996

CLAVE DE SIGLAS Y ABREVIATURAS

1. Documentos de la Iglesia

AA Decreto Apostolicam actuositatem, 1965, Concilio Vaticano II.

AG Decreto Ad gentes, 1965, Concilio Vaticano II.

CA Carta encíclica Centesimus annus, 1991, Juan Pablo 11.

CD Decreto Christus Dominus, 1965, Concilio Vaticano II.

CFL Exhortación apostólica Christifideles laici, 1988, Juan Pablo 11.

DH Declaración Dignitatis humanae, 1965, Concilio Vaticano II.

EN Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, 1975, Pablo VI.

ES Carta encíclica Ecclesiam suam, 1964, Pablo VI.

EV Carta encíclica Evangelium vitae, 1995, Juan Pablo Il.

FC Exhortación apostólica Familiaris consorcio, 1981, Juan Pablo 11

GS Constitución pastoral Gaudium et spes, 1965, Concilio Vaticano II

LC Instrucción Libertatis consciencia, sobre la Libertad cristiana y la liberación, 1986, Congregación para la Doctrina de la Fe.

LG Constitución dogmática Lumen gentium, 1965, Concilio Vaticano II.

NA Declaración Nostra aetate, 1965, Concilio Vaticano 11.

PC Decreto Perfectae caritatis, 1965, Concilio Vaticano Il.

PO Decreto Preaterorum ordinis, 1965, Concilio Vaticano Il.

RM Carta encíclica Redemptoris, missio, 1990, Juan Pablo II.

SA Carta apostólica Slavorum apostoli, 1985, Juan Pablo 11.

SC Constitución Sacrosanctum Concilium, 1963, Concilio Vaticano 11.

SD Santo Domingo, Conclusiones de la IV Asamblea General del Episcopado latinoamericano.

SRS Carta encíclica Sollicitudo rei socialis, 1987, Juan Pablo II.

TMA Carta encíclica Tertio millennio adveniente, 1994, Juan Pablo II.

UR Decreto Unitatis redintegratio, 1964, Concilio Vaticano 11.

VC Exhortación apostólica Vita consecrata, 1996, Juan Pablo II.

VFC La vida fraterna en comunidad, 1994, Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica.

VS Carta encíclica Veritatis splendor, 1993, Juan Pablo II.

2. Fuentes de la Orden

[N.B.-La traducción española de los escritos de san Francisco y del testimonio de jacobo de Vitry se toma de: J.-ANTONIO GUERRA, San Francisco de Asís. Escritos. Biografías. Documentos de la época, Biblioteca de Autores Cristianos (BAC), Madrid, cuarta edición, 1991. La traducción de la 3 CtaCI, de I. OMAECHEVARRÍA, Escritos de santa Clara de Asís y documentos contemporáneos, BAC, Madrid, tercera edición, 1993. Las letras que siguen inmediatamente a los números indican el párrafo donde se encuentra la cita.]

Adm -Admoniciones, san Francisco.

AlHor -Alabanzas para todas las Horas, san Francisco.

AP Anónimo de Perusa.

3 CtaCI -Tercera carta a Inés de Praga, santa Clara de Asís.

CtaCle -Carta a los clérigos, san Francisco.

lCtaCus -Primera carta a los custodios, san Francisco.

2CtaF- Carta a los fieles (segunda redacción), san Francisco.

Cta0 -Carta a toda la Orden, san Francisco

1 Cel -Vida primera de san Francisco, Tomás de Celano.

2 Cel -Vida segunda de san Francisco, Tomás de Celano.

TC -Leyenda de los Tres Compañeros.

LM - Leyenda mayor, san Buenaventura.

Lm- Leyenda menor, san Buenaventura.

LP- Leyenda o Compilación de Perusa.

ORSD- Oración ante el Crucifijo de San Damián, san Francisco.

Rb - Regla bulada, san Francisco.

Rnb - Regla no bulada, san Francisco.

SAIVM -Saludo a la bienaventurada Virgen María, san Francisco.

Scom- Sacrum Commercium. Alianza de san Francisco con dama Pobreza.

Test - Testamento, san Francisco.

Vitry Hor-Sobre la Orden y la predicación de los Hermanos Menores; de la Historia orientalis, cap. 32, de jacobo de Vitry.

3. Documentos de la Orden

[N.B.-Para facilitar el acceso a los siguientes documentos en su traducción española, indicamos también, cuando la hay, su publicación en la revista Selecciones de Franciscanismo (Sel Fran).]

CapGen/71F Formación en la Orden de Hermanos Menores, Documento del Capítulo general extraordinario de Medellín, 1971, en Acta Capituli Generalis, Roma 1971, pp.371-407.

CapGen/71MVocación misionera franciscano en el mundo de hoy, en Acta Capituli Generalis, Roma 1971, pp. 223-243.

CapGen/73 La vocación de la Orden hoy, en Acta Capituli Generalis, Roma 1973, pp. 491-502; cf. Sel Fran n. 6 (1973) pp. 281-335.

CapGen/85 Capítulo general de Asís, Nuestra llamada a la evangelización.

Propuestas de acción para el sexenio 1985-1991, en Acta Capituli Generalis, Roma 1986, pp. 621-633; cf. Sel Fran n. 42 (1985) pp. 467-480.

CapGen/91 Capítulo general de San Diego, La Orden y la Evangelización hoy, en Acta Capituli Generalis, Roma 1991, pp. 553-562; cf. Sel Fran n. 59 (1991) pp. 243-250.

CG Constituciones generales de la Orden de Frailes Menores, Madrid 1988.

CPO/81 Consejo plenario de Roma (1981), Documento sobre la formación, en Acta Consilii Plenarii, Roma 1982, pp. 214-232; cf. Sel Fran n. 31 (1982) pp. 117-132.

CPO/83 Consejo plenario de Salvador/Bahía (1984), El Evangelio nos desafía, en Acta Consilii Plenarii, Roma 1984, pp. 164-175; cf. Sel Fran n. 37 (1984) pp. 51-63.

CPO/88 Consejo plenario de Bangalore (1988), Ministros de la Palabra.

Siervos de todos, en Acta Consilii Plenarii, Roma 1991, pp. 120135; cf. Sel Fran n. 51 (1988) pp. 336-352.

cvs El corazón vuelto al Señor, Documento sobre la dimensión contemplativa de la vida franciscana, en Acta Consilii Plenarii, Roma 1995, pp. 181-190.

FP Formación Permanente en la Orden de Hermanos Menores, Roma 1995; cf. Sel Fran n. 72 (1995) pp. 438-478.

RFF Ratio Formationis Franciscanae, Roma 1991; cf. Sel Fran n. 58 (1991) pp. 95-138.

INTRODUCCIÓN

1. «Guardar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo viviendo en obediencia, sin nada propio y en castidad»1, expresa fielmente -estamos persuadidos de ello el carisma de san Francisco de Asís en este tiempo de gracia que el Señor nos ha concedido vivir. Por eso, cautivados en el Espíritu por las palabras que el Evangelio nos dirige, queremos exclamar con san Francisco: «Esto es lo que yo quiero, esto es lo que yo busco, esto es lo que en lo más íntimo del corazón anhelo poner en práctica»2. Y nos aprestamos a «esparcir la semilla de la palabra de Dios» con aquel espíritu resuelto, devoto y ferviente con que Francisco «difundía el Evangelio por toda la tierra... anunciando a todos el Reino de Dios y edificando a los oyentes no menos con su ejemplo que con su palabra, pues había convertido en lengua todo su cuerpo»3.

2. Deseosos de hacer presente el Evangelio, que es «espíritu y vida»4, sentimos que la raíz de nuestra vocación consiste en seguir las huellas de Jesucristo5. De ahí brota la misión evangelizadora que «da su razón de ser» a la Orden6. Esta misión, que prolonga la de Jesús, el Enviado del Padre, es el fundamento de nuestra vocación y comporta el ser enviados, por la moción del Espíritu Santo, a vivir y proclamar el Evangelio, compartiendo la misión confiada a toda la Iglesia.

3. Por eso nos entregamos, estemos donde estemos, a la evangelización, «vivificados por el espíritu de las divinas letras»7 y en conformidad con el santo Evangelio. Llamada a evangelizar, nuestra forma de vida ha de prestar especial atención a algunos aspectos particularmente importantes, que expongo a continuación a fin de alentar a nuestra Fraternidad en su presencia evangelizadora y estimular un nuevo compromiso profético.

4. Lo hago teniendo en cuenta el camino que la Orden ha recorrido en los últimos años, el mandato del Capítulo general de San Diego (1991), la larga y fatigosa labor de la Comisión internacional que elaboró el Instrumentum laboris sobre la evangelización para el Consejo plenario de Malta, así como las preciosas indicaciones del mismo Consejo plenario8 y el posterior trabajo preparatorio de la redacción definitiva del presente documento.

5. Creo que ha llegado la hora de presentar este documento a la Orden, y así lo hago, resaltando los siguientes aspectos:

1) La necesidad de situarnos, con una escucha atenta de los signos de los tiempos, en el momento actual de la historia: en este tiempo de la «razón» y de la «producción», de crisis de la calidad de vida, en que la Orden siente el reto a buscar nuevos caminos, adecuados a las nuevas situaciones a las que nos convoca el «Espíritu del Señor y su santa operación»9.

2) La vida de comunión en Fraternidad, haciendo de ésta nuestra forma original de evangelización y, por tanto, convirtiéndola en Fraternidad evangelizadora; y en la Iglesia, cuyo fervor misional y «alegría en el Espíritu» nos anima a una evangelización «nueva en su fervor, en sus métodos y en su expresión»10.

3.2) La labor evangelizadora de los hermanos menores, que exige concretar algunos imperativos, prioridades y puntos que deben ser objeto de un particular discernimiento, así como perspectivas para el futuro. Por otra parte, esta actividad evangelizadora nos pide que la realicemos con esperanza, insertos en el corazón de la humanidad, encarnados en sus diferentes culturas, empeñados en grandes causas y en el camino del Reino definitivo.

6. La evangelización es el anuncio del Reino de Dios, elemento central de la alegre Noticia y de la misión de Jesús. Este anuncio define la esencia de la Iglesia, cuya identidad se explícita en la misión de evangelizar. De hecho, Jesús llama a sí discípulos, desde el principio de su vida pública, y los envía a anunciar la llegada del Reino11.

7. Y del mismo modo que la evangelización es la «vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda»12 así también ella es la «razón de ser» de la Orden13. Como miembros de una Fraternidad evangelizadora, los hermanos menores hemos sido convocados para testimoniar con la vida y con la palabra el Reino de Dios, presente en la historia y en el mundo, y para cooperar en su continua realización. Así es como seguimos las huellas de nuestro Señor Jesucristo, puesto que hemos sido llamados a continuar «ante todo su misión y su condición de evangelizador»14.

8. Este anuncio se manifestará, ante los desafíos y los signos de nuestro tiempo, mediante el testimonio de la experiencia y de la contemplación de Dios, testimonio que, con sensibilidad crítica, cultivará la oportuna y necesaria audacia profético, y, siendo respetuoso y solidario con el «otro», acertará a escuchar y a inculturarse adecuadamente, discerniendo las semillas del Reino presentes en las múltiples y diversas culturas.

1 Rb 1, 1.

2 1 Cel 22a.

3 1 Cel 97a.

4 Cf. In 6, 63.

5 Cf. Rnb 1, 2.

6 JUAN PABLO 11, Mensaje al Capítulo general de 1991, n.5, en Acta Capitulo Generalís Ordinarii, Roma, 1991, p. 204, cf. Sel Fran n. 59 (1991) pp 163-166, p. 165.

7 Adm 7, 4.

8 Cf. Acta Consilii pienarii Ordinis Fratrum Minorum, Roma 1995, pp. 320.

9 Rb 10, 8.

10 JUAN PABLO II, Discurso a la XIX Asamblea General del CELAM, Puerto Príncipe, 9-III-1983.

11 Mc 6, 12.

12 EN 14b.

13 Cf., más arriba, nota 6.

14 EN 15c.

CAPÍTULO I

NUEVA FASE DE LA HISTORIA.

REALIDAD Y DESAFÍOS

9. Hallándonos en una nueva etapa de la historia, somos conscientes de que, para cumplir nuestra misión, debemos esforzarnos por conocer las situaciones concretas en las que vive el hombre actual y por abrirnos a la acción del Espíritu1. Francisco de Asís insiste en que los hermanos anhelen, por encima de todo, «tener el Espíritu del Señor y su santa operación»2.

10. Anhelar tener el Espíritu del Señor comporta situarse ante la presencia de Dios y observar con atención las señales que Él nos transmite aquí y ahora. Nuestra evangelización debe tener en cuenta los signos de los tiempos, sin olvidar nunca el momento y el lugar donde nos encontramos. Al mismo tiempo, acoger los signos de los tiempos significa aceptar la coyuntura y las circunstancias históricas del presente como «lugar teológico» e «interpelación de Dios». Es decir, la misión específica de la Iglesia se formula desde la fe, como experiencia del encuentro con Dios, principio primordial, y como encuentro con todas las cosas, contempladas a la luz de Dios, en un espacio y tiempo concretos. Ahí es donde discernimos los signos de la gracia y donde reconocemos, también, el pecado. Se trata de una radicación en Dios y en el corazón de la historia3.

11. Hoy en día se habla muchas veces de crisis. Nos inquieta el momento histórico actual, pues los cambios habidos han debilitado o están debilitando los modelos consagrados por la tradición, llegando incluso a veces a hacerlos desaparecer sin substituirlos por otros. En ocasiones parece como si hubiéramos sido cogidos por sorpresa. Nuevas concepciones sistemáticas, en los ámbitos más diversos de la actividad humana, conmueven las bases sobre las que se apoya el ser humano.

12. La etapa histórica que estamos viviendo presenta signos evidentes de transición. Y, como en todos momentos de transición histórica, el ser humano experimenta una sensación de vacío, de falta de sentido y de normas, de incertidumbre y de crisis. Pero en el corazón del momento concreto que nos ha tocado vivir resuenan también, limpias, las llamadas del Espíritu. Nuestra hora es la «hora de Dios», un tiempo de gracia.

13. La experiencia, incluso mística, de fe, de encuentro con Dios y con Jesucristo, centro del designio amoroso del Padre, nos hace contemplar todas las «cosas» a la luz del Señor. La certeza de que «la luz de Dios resplandece con toda su belleza en el rostro de Jesucristo ... » no exime del «deber permanente [de la Iglesia y, por tanto, de los hermanos menores] de escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, de manera adecuada a cada generación, pueda responder a los permanentes interrogantes de los hombres sobre el sentido de la vida presente y futura y sobre la relación mutua entre ambas»4.

1. En este tiempo de la «razón» y de la «producción»

14. Entramos aquí en el contexto específico de la modernidad. El advenimiento de la «razón» con el iluminismo, y de la «producción» con la revolución industrial, en los siglos XVIII y XIX, son la clave de la visión con que la sociedad considera cada vez más al hombre y al mundo, tanto en Occidente como en Oriente.

a) Emergencia del individuo, «sujeto de sí y de la historia»

15. Con la irrupción de la modernidad ha emergido el individuo como «sujeto» en busca de autonomía y el pueblo como «Sujeto» de su propia historia. El hombre ha proclamado su libertad frente a cualquier instancia exterior (religión, tradición, autoridad ... ), es decir, frente a toda «heteronomía», y se ha definido como individuo, rehusando todo cuanto pueda limitar su conciencia y su libertad de autodeterminación. Dotado de razón, libre y autónomo, se ha erigido en sujeto y dueño de su propio destino.

16. La historia ha quedado marcada por los conceptos del desarrollo continuo, la mutación constante y la transformación permanente. La concepción estática de la sociedad y la fatalidad histórica han sido superadas: todo es dinámico, todo está en movimiento y puede ser modificado en cualquier momento. El hombre moderno quiere ver, juzgar y decidir por sí mismo y con su razón crítica.

17. El conocimiento obtenido, la experiencia que comprueba todo y la técnica que manipula-domina-transforma son los fundamentos de la ciencia del hombre moderno y las bases que la legitiman. Cambian los paradigmas (los modelos, los parámetros, los puntos de referencia ... ); se transforma el conocimiento; se re-crea el ámbito del ser humano. El hombre, en cuanto «individuo», emerge como artífice de su propia historia, catalizador de la modernidad, referencia y medida de sí mismo y de cuanto está más allá de él.

b) Un mundo plural y pluricéntrico

18. El mundo actual se caracteriza cada vez más por la «diferenciación». Ya no puede soñarse en la unidad orgánica y uniforme típica del período premoderno, en que la cultura, la religión, la economía, la política y la vida cotidiana estaban íntimamente entrelazadas. Vivimos en un mundo pluralista y/o pluricéntrico. Es decir, la realidad gira en torno a ejes y/o polos diversos y, a veces, hasta contrastantes. Crece la tendencia a formar «subsistemas», a crear «pequeños mundos», autónomos y auto-referenciales, sin vínculos obligatorios con la religión ni con la ética.

19. Aunque algunos «sistemas» se mundializan cada vez más -por ejemplo, el sistema de «mercado»-, se advierte, no obstante, un proceso expansivo del pluralismo cultural. Incluso en sociedades que se caracterizaban hasta hace poco por una gran homogeneidad están apareciendo o reapareciendo particularismos étnicos, regionales, lingüísticos, etc. Resurge el fenómeno de los nacionalismos y del racismo. Asistimos a la fragmentación del universo cultural en una multitud de «espacios vitales» que algunos denominan «nuevas tribus».

20. Vivimos, igualmente, un pluralismo técnico-científico. Las técnicas y las ciencias diferencian la realidad: cada una de ellas la atrae a su propio campo, la ordena según sus propias reglas y la evalúa con sus propios medios de experimentación. Estamos ante una realidad diferenciada, multiforme y dotada de reglas propias. Lo que vale, por ejemplo, para la astronomía, no vale para la psicología. Los conocimientos son relativizados, refiriéndolos a los distintos campos específicos. Este camino lleva a relativizar también la religión.

c) Proceso de secularización

21. La emergencia del individuo, dotado de razón, autónomo, libre, poseedor de derechos y sujeto de sí y de la historia, es el primer postulado de la modernidad. Sus consecuencias inmediatas son la libertad, el derecho a la individualidad, la primacía del juicio personal, la participación en la política y en la economía, la autonomía de la conciencia ética y moral. Buscando liberarse de todo lazo externo y siguiendo un proceso de secularización que va afirmándose y propasándose cada vez más en todo el mundo, el hombre actual procura emanciparse de ciertas «heteronomías» que han regulado la vida humana a lo largo de milenios, como lo sobrenatural, las religiones, las tradiciones, los ritos, etc.

22. Y lo que sucede al individuo sucede, así mismo, a los grupos sociales. De hecho, los estados modernos no toleran el verse tutelados por instancias religiosas. Procuran erigirse en estados soberanos y deslindar nítidamente las esferas de la Iglesia de las del estado. La religión es retirada de la esfera pública y limitada a la esfera privada. Y como los campos del saber se relativizan adaptándose a las distintas ciencias y ateniéndose a las reglas, sistemas y experimentaciones propias de cada una de ellas, se relativiza también la religión. Nos hallamos ante una realidad diferenciada y multiforme que da lugar a un «mundo» pluralista y pluricéntrico. Se desvanece la idea de una ciencia de las ciencias, función que desempeñaba la teología, cuyo objetivo era coordinar la totalidad de los conocimientos.

23. Este hecho llevó al Concilio Vaticano II a reconocer la existencia de dos órdenes de saber, el de la fe y el de la razón, con sus propios campos y sus principios específicos, que deben ser descubiertos y profundizados, para bien de la organización de la vida humana y social5. Pero el Concilio, que reconoce la «autonomía» de las realidades terrenas, no considera a éstas independientes ni, menos aún, ajenas al Creador; al contrario, denuncia la separación entre la fe que se profesa y la vida cotidiana como uno de los más graves errores de nuestro tiempo.

d) Nuevo orden internacional

24. La evolución mundial de los últimos siglos ha sentado las bases de la llamada «mundialización» de las relaciones. Crece progresivamente la interdependencia, a todos los niveles, en una «implicación» cada vez más global. El ejemplo más claro de este fenómeno nos lo ofrece la economía, cuya fuerza e incidencia en los más diversos campos de la vida humana la ha convertido en guía y base del proceso de interdependencia actualmente en curso.

25. Las naciones, culturas, etnias, etc., no constituyen barreras para estos procesos de «mundialización». Todo se enlaza e integra en un sistema global. El estado, que hasta mediados del presente siglo había desempeñado un papel decisivo en los procesos de integración nacional, procura actualmente gestionar la integración de la nación y de los pueblos que la componen en el horizonte de la mundialización de las relaciones, que es, también, el primer objetivo del «neoliberalismo».

26. Aumenta el nivel de vida. Se facilita la vida de las personas. Pero la riqueza continúa fluyendo entre las manos de unos pocos, con el consiguiente aumento del número de los pobres. La pretensión de integrar a todos los hombres en un sistema mundializado desemboca en la paradoja de la exclusión de los pobres. Los ancianos y los niños son quienes más sufren las consecuencias de esta paradoja. Ante nuestros ojos se despliega el grave problema de las relaciones internacionales, que ya no giran en torno a la confrontación Este-Oeste, sino en torno a la desigualdad Norte-Sur.

27. Los hechos dan un rotundo mentís a la proclamada y deseada «integración» de todos, revelando la existencia de una feroz competición y agresividad que determinan la exclusión y el sacrificio de quienes no llegan a insertarse en su lógica. La exclusión de los pobres, a la que se suman otras muchas marginaciones, como el racismo, el sexismo, la violación de los derechos humanos, diversas formas de etnocentrismo, etc., termina por ser incorporada al sistema como su lógica y su razón de ser.

2. Crisis de la calidad de la vida

28. Los procesos acaecidos en nuestros días desequilibran las bases que sostienen la vida del ser humano. Ha habido, y hay, grandes conquistas; la persona humana posee grandes oportunidades; pero, al mismo tiempo, se han ensanchado los caminos que debilitan, reducen y comprometen al hombre.

a) Desequilibrio de lo «vital»

29. La «lógica de la exclusión», que no respeta al hombre y que se aplica también a las relaciones con la naturaleza, es un ejemplo elocuente de este desequilibrio de lo «vital». La avidez por poseer, que induce a la capitalización, y la instrumentalización de los recursos naturales, en una visión utilitarista, de lucro y de acumulación, han desembocado en la lógica de la «depredación» y generado un desarrollo insostenible. El actual deterioro de la calidad de la vida denuncia la «crisis de civilización» que anida en la ideología del consumismo. La creciente acumulación de bienes materiales, en la lógica de la capitalización, está provocando un desequilibro de enormes y desastrosas proporciones y que puede volverse irreversible en términos de vida, como muestra claramente el ritmo de extinción de la biodiversidad.

30. Este desequilibrio denuncia una crisis de la capacidad humana para armonizar valores y relaciones con vistas a una vida digna y plena, es decir, con vistas a su propia potencialidad ética. Vacía lo espiritual, confunde valores, prioridades y necesidades vitales, degenera en artificialidad; vuelve frágil la capacidad de recrear las estructuras básicas de la existencia, de descubrir nuevos estilos de vida y, sobre todo, de captar los anhelos de libertad y de realización latentes en la multitud de aspiraciones y deseos que emergen en nuestro tiempo.

31. El hombre actual carece con frecuencia del adecuado apoyo para estar a la altura de los retos que el tiempo presente le plantea. Las tradiciones, la base religiosa y la formación recibidas, con sus respectivas escalas de valores, resultan muchas veces desfasadas respecto a las exigencias de los nuevos tiempos. Por ello, el ser humano se ve abocado a muchas caídas y capitulaciones y convertido en fácil presa de sistemas e ideologías.

b) Crisis afectiva y espiritual

32. Es evidente que los procesos arriba indicados han ejercido poco a poco un influjo directo en el hombre y en su ámbito religioso/espiritual. Los cambios profundos y rápidos, el surgir del individuo, el pluralismo, la secularización, los procesos de mundialización, el desequilibrio de lo «vital»... nos colocan ante una realidad nueva. Hemos identificado una crisis. Existen, claro está, diversos intentos de respuesta. Al mismo tiempo, persisten los interrogantes que señalan el camino que queda por recorrer.

33. En la medida en que la modernidad ha privilegiado el emerger del individuo, lo ha aliado inmediatamente al proceso productivo. Ha dado prioridad al hacer, en cuanto capacidad de transformar el mundo y de someterlo sin reservas. Esto ha empalmado inmediatamente con el poseer y con el uso utilitarista de todo cuanto nos rodea. La satisfacción de las necesidades del individuo, todo cuanto puede garantizarle la felicidad, la realización y el placer, se ha convertido en el centro de sus preocupaciones. Todo puede resolverse con la técnica y el cálculo, a tenor de una mentalidad cuyo supremo valor reside en la eficacia y el resultado materialmente comprobables.

34. Sólo que, en cuanto elemento catalizador, este individuo carece actualmente del apoyo que recibía antes el hombre de todo cuanto lo rodea. En la práctica, el hombre moderno se ve forzado a captar, escoger, decidir y, en una palabra, «apañárselas» por sí solo. Necesita -y se le exigen- muchos conocimientos y mucha capacidad. E, inevitablemente, se revela sumamente frágil, le cuesta autodefinirse, es incapaz de mantener relaciones estables y de asumir compromisos a largo plazo. Ante la fuerza de los medios de comunicación de masas, de la publicidad, de la moda y de los ídolos que le proponen, cede fácilmente al mimetismo y al consumismo, intentando demostrarse a sí mismo que tiene poder y riqueza. El sueño de la autodeterminación tropieza con la realidad de las circunstancias condicionantes y, más todavía, con la manipulación y la dominación a la que es sometido desde fuera. La crisis se vuelve, así, realidad permanente.

35. Este individuo termina por advertir que el ritmo de la máquina no puede llenar el mundo de la vida, que la realidad supera la fragmentación de los saberes, que la verdad no se limita a la experimentación científica, que el hacer y el tener no garantizan el placer, que el uso de los bienes y de las personas no aquieta la nostalgia ni colma el anhelo de realización y plenitud. Su vacío afectivo y espiritual llega hasta tal punto que puede hablarse de una verdadera crisis afectivo-espiritual, causada por el desplazamiento a un segundo plano del ámbito afectivo y espiritual en aras de la prioridad concedida al proceso productivo.

36. No pocos perciben en nuestros días un retorno e incluso una explosión de la subjetividad, con marcados rasgos efectivos y una intensa sed de experiencias espirituales. La búsqueda de «espacios de experiencias» origina el fenómeno que algunos califican como «sociedad de la experiencia», que considera elementos cotidianos como el vestido, la diversión, el automóvil, etc., como termómetro de la calidad de vida. Si, por una parte, observamos aquí la existencia de un individuo en búsqueda de seguridad, también advertimos, por otra, un sentido individualista de la vida y de las relaciones humanas, sin lazos estables ni, menos todavía, vinculantes.

37. La vertiente religiosa de este fenómeno emerge en las múltiples manifestaciones de la llamada «nueva religiosidad», que no se caracteriza necesariamente por la búsqueda de Dios, cuanto, más bien, por la búsqueda de formas religiosas que prescinden de la comunidad, se mantienen desvinculadas de lo social y hacen hincapié en el individuo y en el intimismo, procurando lograr, en base a elementos afectivo-espiritualizantes, experiencias individuales de lo Transcendente y del Espíritu.

3. Nuestra Orden frente a estos retos

38. Nuestra Orden no se sustrae a estos fenómenos, que también la afectan. Los hermanos menores no ocupamos un espacio neutro. Al contrario, nos hallamos en medio de este fluir de acontecimientos, tendencias, contradicciones y, también, de aspiraciones y esperanzas. Conscientes de nuestra rica tradición e invitados a responder adecuadamente a los «signos de nuestros tiempos», no debemos temer «impulsos nuevos y valientes»7 para encontrar y emprender, con fantasía y creatividad, caminos fecundos y oportunos para las nuevas situaciones.

a) Empeño de nuestra Fraternidad

39. En los últimos decenios, sobre todo en este momento de transición tan profunda y de tan rápidos cambios, nuestra Orden ha hecho un gran esfuerzo para responder a los «signos de los tiempos» con fidelidad crítica, honrada y sincera. Viviendo en una nueva etapa histórica lejana de la visión cósmica milenario y estática de los tiempos de Francisco de Asís, nuestra Fraternidad siente la urgencia de este empeño.

40. A ello han contribuido en gran medida, además de las Constituciones generales de 1987, los Capítulos generales de Medellín (1971) y de Madrid (1973), éste último con el documento sobre La Vocación de la Orden hoy, los Capítulos de Asís (1967, 1976, 1979, 1985) y el de San Diego (1991), así como los Consejos plenarios de Bahía (1983) y de Bangalore (1988). Sus respectivos documentos no cesan de orientar la vida de los hermanos.

41. El reciente aumento de las Entidades de la Orden8, la presencia de hermanos en situaciones difíciles como Albania, China y la Comunidad de Estados Independientes, la consolidación del Proyecto África y otras iniciativas muestran la vitalidad que nos anima, sobre todo si se tiene en cuenta que muchos de esos proyectos son fruto de la colaboración internacional.

42. La época actual nos brinda la ocasión de profundizar y reconsiderar, teniendo en cuenta las luces y las sombras existentes en la vida de la Orden9, nuestro estilo de vida ante las necesidades y retos que nos rodean. De hecho, sentimos el vigor generado por la recuperación del sentido de la Fraternidad y de la identidad franciscano, por el retorno al Evangelio y a la Regla, por la claridad de las numerosas opciones preferenciales asunúdast por la colaboración más intensa entre las Entidades, por la libertad ante las grandes «obras» y por la restauración del sentido de la itinerancia y de la inserción, que nos induce a compartir más abiertamente la vida de nuestra gente. Por otra parte, quedan algunos desafíos por afrontar, sobre todo respecto a la apatía ante las exigencias de la propia vocación, la sobrecarga producida por el creciente activismo y el envejecimiento de ciertas Entidades.

b) Momento delicado y decisivo

43. La Vida Religiosa en general está sintiendo hoy en día en propia carne la repercusión de la nueva fase histórica. El reciente Sínodo sobre la Vida Consagrada habló de la actual situación de crisis, que para algunos comporta casi una amenaza mortal y para otros es una prueba de fe en el Señor de la historia y en su presencia indefectible. Por otra parte, toda crisis revela nuevas oportunidades, purifica, despierta potencialidades, desvela signos de futuro, de nuevos inicios, de resurrección.

44. El momento presente es delicado y, también, decisivo. La calidad de nuestra evangelización dependerá mucho de la capacidad de afrontar los muchos nuevos retos ante los que nos encontramos. Colocando en el centro la persona de Jesucristo, buscando ante todo vivir la alegre Noticia del Reino de Dios y su justicias, queremos afirmar nuestra convicción de que el seguimiento de Jesucristo abrirá nuestros ojos a nuevas perspectivas, a nuevos valores, a nuevas prioridades, a nuevos criterios. Nuestras realizaciones nunca podrán agotar la grandeza ni las posibilidades del Reino de Dios.

45. Lo mismo puede decirse respecto a nuestras estructuras. Por muy sólidas que sean, no pueden agotar las posibilidades del Evangelio, del que son, a lo sumo, un apoyo momentáneo, pues nuestro potencial evangelizador, como veremos, depende de otras bases. Y dígase otro tanto de nuestros programas y planes pastorales. Sin negar su necesidad, habrá que referirse previamente, y por encima de todo, al núcleo que los produce: el seguimiento de Jesucristo, en Fraternidad, en una continua conversión al Evangelio, como nuestra forma de vida en el seno de la humanidad, en esta hora de gracia, en este «kairós» que el Señor se ha dignado ofrecernos.

46. La misión de Jesucristo, cuyo punto central consiste en el anuncio del Reino de Dios, apunta a una evangelización que se realiza en los senderos de la historia. Nuestra vida y nuestra misión evangelizadora brotan de la misión de Jesús, cuya condición de evangelizador estamos llamados a continuar11. Como hermanos menores, hemos sido convocados al seguimiento de Cristo en los caminos de la historia, con coherencia de fe y de vida, enviados por la Iglesia, que nos dice a través de la palabra de Juan Pablo II: «Id vosotros que sois los hermanos del pueblo al corazón de las masas, a esas multitudes dispersas y desfallecidas como ovejas sin pastor, de las que Jesús sentía compasión... ¡Id al encuentro de los hombres y mujeres de nuestro tiempo! ¡No os quedéis esperando que vengan a vosotros! ¡Procurad salir a su encuentro! Nos impulsa a ello el amor.. Os lo agradecerá la Iglesia entera»12.

1 Cf. FC 4; CA 53; GS 4; CG 102 § 1.

2 Rb 10, 8.

3 Cf. FC 4.

4 VS 2b.c.

5 GS 36.

6 Cf. GS 43a.

7 RM 66c.

8 En los dos últimos decenios, en la Orden se han erigido más de 20 entidades nuevas.

9 Cf. FP 12-18

10 Cf. Mt 6, 33.

11 Cf. EN 15.

12 JUAN PABLOII, Díscurso a los franciscanos y francíscanas empeñados en la misión al pueblo, Roma, 15-XI-1982, en L'Osservatore Romano, 15/16-XI1982.

Reflexionar

a) ¿Cuáles son los signos de los tiempos que más nos retan en esta fase de la historia y en el contexto en que vivimos? ¿Qué repercusión tienen en nosotros y en nuestras Fraternidades?

b) ¿Qué llamadas nos dirige «el Espíritu del Señor y su santa operación»?

c) ¿Qué actitud tenemos ante los numerosos retos y exigencias de los múltiples e ineludibles «signos de los tiempos»?

Escuchar

El Espíritu está siempre actuando en la historia, aunque no nos demos cuenta de ello. ¿Qué cosa más apropiada en este día que preguntarnos una vez más qué es lo que nos «mueve» en lo íntimo de nuestro ser, y qué es lo que vemos hoy con nuestros propios ojos: signos de tristeza o de temor?, ¿de esperanza o de confianza?, ¿signos de vida o de muerte?, ¿signos de resignación o signos de un «Pentecostés» siempre renovado? ¿O ambos? ¿Es posible hoy un nuevo Pentecostés en nuestra Fraternidad o en nosotros mismos?... En estos años de mi servicio me he encontrado con muchos signos, inquietantes unos, alentadores otros. Estoy seguro de que, si nuestra lectura y contemplación de los mismos se basan en la fe, descubriremos muchas huellas de vida, sí, huellas de Dios y de su Espíritu vivificador, y llegaremos a comprender que los síntomas de crisis pueden ser invitaciones a comenzar de nuevo y signos precursores de una nueva vida. (H. SCHALÜCK, «Signos de los tiempos-Huellas de la vida». Carta de Pentecostés de 1993, en Sel Fran n. 65 (1993) pp. 166-172, p. 167).

Otros textos:

- Mt 13, 24-30; 16, 2-3; 24, 1-36; Lc 12, 54-57; Fil 4, 8.

- AA 14; GS 11.38-39.44.54-56.63-66; SRS 11-26; CFL, 3-6; VS 2c.106-108; EV 25-28; LC 5-20; VC 36-37.63.72-73.78.110.

H. SCHALUK, En camino hacia tiempos nuevos. Discurso de apertura del Consejo plenario de Malta, 1995, en Sel Fran n. 72 (1995) pp. 329-342.

Orar

Oh Dios, te pedimos hoy tu Espíritu. Que él sea para nosotros como un fuego ardiente y luminoso que ilumine nuestras tinieblas y reavive nuestro amor. Que sea para nosotros como un hálito suave que nos consuele y nos tranquilice en nuestra pusilánime agitación ante el futuro. Que sea para nosotros como una tempestad que purifica el aire. Que sea para nosotros como agua que hace brotar nuevas plantas y flores tras la sequía. Oh Señor de nuestra vida y de nuestra historia, que tu Espíritu nos demuestre que la antigua misión que tú nos diste realmente puede también transformar el mundo en estos tiempos nuevos. (H. SCHALÚCK, «Signos de los tiempos-Huellas de la vida». Carta de Pentecostés de 1993, en Sel Fran n. 72 (1995) pp. 171-172).

CAPÍTULO II

FRATERNIDAD EVANGELIZADORA

47. «La Orden de Frailes Menores, fundada por san Francisco de Asís, es una Fraternidad», dicen nuestras Constituciones generales1. «Somos una Fraternidad evangelizadora», explícita el documento La Orden y la Evangelización hoy, del Capítulo general de San Diego (1991)2, identificando la evangelización como la razón de ser de la Orden y, por tanto, como algo que brota de nuestra propia vocación.

1. Nuestra vocación

48. Hablamos aquí del corazón de nuestra vocación, cimentada en el Evangelio, nutrida de una fuerte experiencia contemplativa y vivida en fraternidad. Ahí radica el núcleo de la evangelización.

a) Forma evangélica de vida

49. Nuestra vocación, revelada por el Señor3 y testimoniada por Francisco, consiste en «guardar el santo Evangelio»4. Ese es el centro de nuestra vocación, la forma de vida que Francisco procuraba observar con todo empeños5, deseoso de que sus hermanos fueran «discípulos evangélicos»6.

50. Vivir el Evangelio siguiendo a nuestro Señor Jesucristo fue el fundamento de la vocación de Francisco y constituye, desde el inicio de la Orden, nuestra identidad. En ello se basa todo el resto. Sabemos que Francisco, centrando todo en la persona de Cristo, convirtió su vida en una copiosa efusión de aquello que lo llenaba por dentro, en una línea ejemplar en la que se fundían, con vigor y coherencia, el decir y el hacer, la palabra y los actos7.

51. Francisco, «pregonero del gran Rey»8 procuró identificarse en todo con Cristo, entregándose al Señor con tal integridad que haría escribir a san Buenaventura: «Toda su vida se cifra en seguir las huellas de la cruz, en gustar la dulzura de la cruz y en predicar la gloria de la cruz»9; y al primer biógrafo: «Más que nada, deseaba morir y estar con Cristo»10.

52. Este anonadamiento Francisco lo vivió y lo testimonió escogiendo la condición de los pequeños, en la minoridad y sumisión a todos11. Quería que todos los hermanos sin distinción fueran llamados «hermanos menores»12. Insistió enérgicamente en una vida de minoridad real, considerándola como piedra de toque para conocer si un hermano posee y es impulsado por el Espíritu del Seño13.

53. La más espléndida expresión del encuentro de Francisco con Cristo paciente nos la ofrece su abrazo al leproso. Fue un encuentro nada fácil. Lo dice el mismo Francisco: «Como estaba en pecados, me parecía muy amargo ver leprosos. Y el Señor me condujo en medio de ellos, y practiqué con ellos la misericordia»14. Con este cara a cara empieza su itinerario de humildad, en un «vencerse a sí mismo» que nos permite comprender su afirmación: «Aquello que me parecía amargo, se me tornó en dulzura de alma y cuerpo»15.

54. Como fundamento de su vida, elige la pobreza radical y la simplicidad, con una sinceridad, alegría, integridad y disponibilidad que lo colocan enteramente en las manos de Dios. «A ejemplo suyo (de nuestro Señor Jesucristo) y de su santísima Madre, hemos escogido el camino de la auténtica pobreza»16. Para Francisco no se trataba de ninguna novedad ni de nada extraordinario, «pues el Señor se hizo pobre por nosotros en este mundo»17.

55. La pobreza ocupa un lugar destacado en la vida del Pobrecillo de Asís: es su gran horizonte. La llama Señora santa Pobreza, título nada abstracto, pues expresa una vida concreta. Escribe en la Regla: «Los hermanos no se apropien nada para sí, ni casa, ni lugar, ni cosa alguna. Y, cual peregrinos y forasteros en este siglo, que sirven al Señor en pobreza y humildad»18.

56. Hambriento de conocer y cumplir la voluntad de Dios, Francisco se confía a la acción del Espíritu e invita a los hermanos a anhelar, por encima de todo, «tener el Espíritu del Señor y su santa operación»19. Su primer biógrafo lo describe empleando con frecuencia expresiones como «se iba llenando de consolación y gracia del Espíritu Santo», «lleno del Espíritu de Dios», «por inspiración divina»20.

57. Cuando predicaba al pueblo, se sentía especialmente impulsado por el Espíritu del Señor. Predicaba «con gran fervor de espíritu y gozo de su alma, edificando a los oyentes con palabra sencilla y corazón generoso. Su palabra era como fuego devorador, penetrante hasta lo más hondo del alma, y suscitaba la admiración en todos. Parecía totalmente otro de lo que había sido ... »21.

b) Experiencia de contemplación

58. El Pobrecillo de Asís predicaba lo que había contemplado en la oración. De hecho, la contemplación es la mejor preparación para la predicación, puesto que nos introduce en los misterios de la salvación. La predicación supone una escucha reverente y atenta que nos capacite para percibir y aprehender los signos del Espíritu, las semillas del Verbo, en una palabra, la secreta presencia de Dios. Es algo que necesitamos para cumplir la voluntad del Señor. La calidad y la fecundidad de nuestra evangelización dependen directamente de la experiencia contemplativa.

59. La evangelización de los hermanos menores debe enraizarse en una honda experiencia de la misericordia de Dios. En su camino penitencial, los hermanos reconocen que Dios es el «sumo bien», que sólo Él es bueno22. Francisco, que había experimentado en propia carne la amorosa misericordia de Dios, partió en misión con sus primeros compañeros sólo después de tener la certeza de que le habían sido perdonados todos sus pecados23. Fuertes en el amor de Dios/ los hermanos se dejan abrasar por el fuego del Espíritu24, que es su único maestro, su guía y su norma suprema25.

60. En esta experiencia de contemplación «se basa toda nuestra existencia»26 nos dice el documento El corazón vuelto al Señor, sobre la dimensión contemplativa de la vida franciscana. La contemplación es el eje central de nuestra forma de vida. Siendo, además, una Fraternidad de peregrinos y forasteros27 podemos considerar la contemplación itinerante como forma específica de la contemplación de los hermanos.

61. El itinerario de la humildad, «venciéndose a uno mismo», la pobreza radical, la simplicidad, la disponibilidad, la minoridad, en el anonadamiento de sí y en la erradicación de todo especie de soberbia, abren al «otro» y al «Otro» con mayúscula, que es Dios. Aunque sigue permaneciendo el misterio, el franciscanismo penetra en él, pues el misterio incluye la encarnación, mediante la cual el Creador se acerca a la criatura.

62. En esta cercanía inquirimos la revelación de Dios en el «espejo» de las criaturas y en sus «designios» y «signos» en el curso de la historia humana, dimensiones que nuestra tradición franciscana cultiva en la contemplación, con sus varios elementos, todos los cuales confluyen cooperando al mismo fin. Un lugar especial ocupa la apertura a la iluminación interior de la gracia, que busca la sabiduría de la fe, pero que necesita estar unida a la admiración sensible, a la razón y a la meditación intelectiva. La contemplación franciscana solicita, por tanto, la inteligencia humana a fin de observar, con la ayuda del conocimiento, las criaturas y la historia humana, y escrutar en ellas la revelación de Dios, entregándose a la contemplación y abriéndose así a la luz divina que inunda la inteligencia y llena de gozo el corazón.

63. La meditación conlleva una mirada admirativa que se torna «espera» y «especulación», preparándonos a entrever la revelación de Dios. Todo se vincula, volviéndose participación y comunión. El ver nos lleva a sentirnos partícipes del gran «concierto» de Dios, formado conjuntamente por la creación y la historia, en el escenario maravilloso, por no decir privilegiado, de la manifestación amorosa de Dios. De este modo el ser humano alcanza una total integración, que armoniza hasta sus relaciones vitales y afectivas profundas. «Él (el Señor) dice san Antonio- te quiere todo»28. Por eso una de las características del franciscano consiste en un mirar amoroso y en un vivir afectuoso que se traducen en simpatía y cortesía con todos los seres y con toda la naturaleza.

64. El universo contemplado por el hermano menor contiene una elocuencia visual y acústica. San Buenaventura, el doctor seráfico, lo expresa lapidariamente: «Es verdaderamente ciego, por tanto, quien no es iluminado por tantas luces que emanan con profusión de lo creado. Es sordo, quien no oye el concierto de tantas voces. Es mudo quien ante tantas maravillas no alaba al Señor. Y es estulto quien, tras tantos efectos, no reconoce al Primer Principio. Abre, pues, los ojos, aguza los oídos de tu espíritu, despega tus labios y aplica tu corazón a ver, entender, alabar, amar, venerar, honrar y glorificar a tu Dios en todas las cosas, si no quieres que el universo entero se rebele contra ti»29.

65. Todo indica al Dios vivo. Sabemos que, en estrecha unión con la tradición cristiana, Francisco y Clara, transcendiendo lo útil, lo inmediato y lo superficial, lograron captar el misterio último en todo cuanto existe. Clara coloca «el acento sobre el misterio de Cristo, esplendor eterno de la gloria del Padre, hecho pobre, humillado, crucificado por nuestro amor, siempre en referencia a su Padre y al Espíritu. Contemplado en la totalidad de su misterio y seguido en su abajamiento, mediante la práctica de la pobreza, Cristo se ofrece como Esposo amadísimo al alma fiel 'la más digna de las criaturas'»30.

66. La contemplación franciscana armoniza lo estético, lo poético, lo intelectivo y lo simbólico-participativo. Supera toda visión dualista, en una relación global, integral y completiva. Se une a la creación y al Creador con una adhesión y comunión especiales, puesto que se cimentan en una ontología del amor. Gracias a ello Francisco mantiene unas relaciones concordantes y fraternas con todo cuanto existe, como evidencia honda y poéticamente el Cántico del hermano sol. En Francisco vemos, igualmente, una sintonía entre el mundo interior y con el mundo externo. La psique, el cosmos y la historia son como tres polos de una misma realidad. Respecto a esta relación integral y englobante, las tradiciones orientales, africanas e indoamericanas contienen elementos muy importantes y expresivos, que contrapesan el fuerte racionalismo del mundo occidental.

67. Todo esto es sumamente significativo para nosotros, hermanos menores. Pero la contemplación no es una práctica evidente y fácil de conseguir. Y esto por dos razones: en primer lugar, porque es algo que debe cultivarse con empeño; en segundo lugar, porque la realidad que se contempla o que nos sirve de apoyo para la contemplación está hecha de presencia y de ausencia o, según san Buenaventura, de «retraimiento», puesto que nunca es ausencia del «ser» ni, menos aún, de Dios. Es fácil, por tanto, quedarse en la exterioridad y superficialidad de las cosas. De ahí la imperiosa necesidad de aunar el deseo de la voluntad y el impulso de la inteligencia, con la ayuda de un clima de silencio interior que propicie atravesar lo epidérmico. Así podremos ver, captar, penetrar y ahondar en nosotros mismos, calando en la intimidad de las personas, de los seres, de la naturaleza y de los «signos de los tiempos».

68. Nunca estará de más el afirmar la necesidad de guardar silencio, de escuchar, de acoger la palabra de los otros seres; de vaciarse de ruidos y liberarse de distracciones para captar la armonía cósmica, escuchar, descubrir, admirar, entusiasmarse, contemplar las maravillas y los signos de Dios. Así habrá de ser, también, la inculturación, si quiere producir fruto abundante. Y así es como la lectura de los «signos de los tiempos» será una experiencia viva de fe y una escucha atenta de las llamadas que Dios dirige desde el corazón de nuestra historia. De ese modo la evangelización será un permanente empeño por mantenerse en sintonía con el designio de Dios. Sí, «digámoslo en alta voz, con plena convicción en el corazón: no hay renovación, tampoco social, que no parta de la contemplación»31.

c) La vida en Fraternidad

69. Para Francisco, la forma evangélica de vida, nutrida de contemplación, tiene su razón de ser en la vida en Fraternidad. Cuando fundó la Orden de hermanos menores, no quiso copiar ningún modelo. Dice él mismo: «Y después que el Señor me dio hermanos, nadie me mostraba qué debía hacer, sino que el Altísimo mismo me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio»".

70. En el pensamiento de Francisco, la Fraternidad es obra del Espíritu, que convoca al amor y crea la unidad". Todo hermano es un don de Dios34. La Fraternidad está abierta a todos los seres humanos y a todas las criaturas, siendo, por tanto, signo escatológico y anuncio de la presencia del Reino de Dios que crece en medio de los hombres.

71. Es una Fraternidad de pobres, una Fraternidad de hermanos menores. Con total desprendimiento, asume la fraternidad de los humildes, para revestirse de la única riqueza: el Señor. El vigor (virtus) que sostiene la vida en Fraternidad brota de la eficacia liberadora de la pobreza, que induce a la expropiación del propio yo. El ser pobre dispone a la persona a hacerse, leve y libre, limpia y abierta, disponibilidad total. Por eso afirma Francisco en el Saludo a las virtudes que nadie en el mundo entero puede poseer una de las virtudes si no muere antes a sí mismo35. En Francisco todo tiene relación directa con la pobreza, que es su raíz y sostén.

72. La Fraternidad es el lugar de cultivo del carisma de san Francisco. Constituye la base de una revolución del ser auténtico, pobre y simple, sin pliegues ni dobleces y, por tanto, siempre disponible. Por su forma de vida, la Fraternidad es el lugar de la profecía y de la acogida «de las palabras de nuestro Señor Jesucristo, que es el Verbo del Padre, y de las palabras del Espíritu Santo, que son espíritu y vida»36. Por ello, se siente enviada al mundo como Fraternidad evangelizadora que, por inspiración del Espíritu Santo y hermanada con todas las criaturas, vive y anuncia el Evangelio siguiendo a Cristo en pobreza.

2. La Fraternidad, corazón de la evangelización

73. Por inspiración evangélica, somos una Fraternidad evangelizadora. Evangelizados nosotros mismos, nos convertimos en testimonios del Evangelio y asumimos con determinación el anuncio explícito de Jesucristo.

a) Una Fraternidad que se evangeliza

El Capítulo general de Asís de 1985 afirmó con toda claridad: «El primer paso en la evangelización es dejarse evangelizar uno mismo»37. Las Constituciones generales de la Orden recuerdan con mayor énfasis todavía que «nadie puede evangelizar si antes no acepta ser evangelizado»38. A ello debe confluir el entero proceso formativo, cuyo objetivo consiste en «dejarnos convertir cada vez más, como individuos y como Fraternidades, al Señor y a los valores evangélicos»39. Documentos especialmente válidos para este objetivo son la Ratio Formationis Franciscanae y el documento sobre La Formación permanente en la Orden de Hermanos Menores.

75. No debemos olvidar la experiencia de la misericordia de Dios, sumo bien, en el camino de la conversión y de la penitencia, del perdón de los pecados. Pues esto nos hará fuertes en el amor de Dios y ardientes en el fuego del Espíritu40, que es nuestro único maestro41. Prepararnos a su «santa operación», liberarnos y estar totalmente disponibles para Dios son requisitos insoslayables para poder captar su palabra salvífica en los «signos de nuestro tiempo». Actuando así revivimos la experiencia del éxodo, en un proceso continuo, personal y social, como miembros de un pueblo en camino de liberación.

76. Esto nos capacitará para contemplar a Dios, escuchar las llamadas que nos dirige en la historia, sentirlo presente en los pobres, admirarlo en la creación, injertarnos en su misterio pascual. Tengo la certeza de que si así sucede empezará a actuar en nosotros «el tiempo de gracia del Señor»42, haciéndonos libres, limpios y disponibles, capaces de «practicar la misericordia con los leprosos», es decir, con los pobres y marginados de nuestro tiempo. En otras palabras, en nosotros acontecerá lo mismo que le sucedió a san Francisco: «Como estaba en pecados, me parecía muy amargo ver leprosos... Y, al separarme de los mismos, aquello que me parecía amargo, se me tornó en dulzura de alma y cuerpo»43.

77. Y lo que experimentamos y contemplamos, expresémoslo en nuestras celebraciones, sobre todo en la celebración eucarística, «fuente y cima de toda la vida cristiana»44, como «modo del ser de Dios». Son muchas las celebraciones y devociones que contribuyen a ello, pues la liturgia es «la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza»45 y, por ello mismo, evangelización eximia. Pero nada iguala la Eucaristía, cuya centralidad, tan bien expresada por el Concilio Vaticano II, Francisco vivió con gran entereza y recomendó expresamente a toda la Orden46.

78. La Eucaristía nos fortalece en nuestra continua conversión al Evangelio y prolonga su centralidad en el sacramento de la reconciliación. Nos conduce, en Cristo, a la reconciliación con todas las criaturas. Mantiene viva la memoria y fecunda la esperanza. Nos hace «cultivar» y experimentar la reconciliación universal. Nos dispone a acoger incesantemente la invitación: «Sed santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo»47.

b) Evangelizadores itinerantes en el corazón del mundo

79. Según la Regla bulada, Francisco veía su Orden como una Fraternidad de peregrinos y forasteros48, pacíficos y humildes49, sin nada propio50, que trabajan fiel y devotamente51. Deseaba tener «hermanos buenos y espirituales que fueran por el mundo predicando y alabando a Dios»52. Estaba siempre pendiente de Jesucristo, «camino, verdad y vida»53, y exhortaba a todos los hermanos a empeñarse en «seguir la humildad y pobreza de nuestro Señor Jesucristo»54.

80. La expresión de jacobo de Vitry, aludiendo al mundo como el «espacioso claustro» de la Orden de hermanos mnores55, evidencia el carácter itinerante de la Fraternidad franciscano. El mundo, en sus diversas realidades, insertas en un tiempo y en un espacio determinados, constituye el lugar privilegiado de la evangelización de la Fraternidad franciscano, con una profunda conciencia de la universalidad del Evangelio, así como de la interdependencia de todos los hermanos y hermanas y de éstos con toda la creación. Esto es parte integrante de nuestro modo franciscano de evangelizar.

81. Esta itinerancia, en el corazón del mundo, nos conduce, además, al encuentro con los «leprosos» de nuestro tiempo. Según Francisco, este encuentro es parte integrante del dinamismo constitutivo de la identificación con Jesucristo. Será la prueba de nuestra conversión, que acaecerá cuando, sin subterfugios, seamos capaces de reconocer a los «leprosos» de hoy, estén donde estén, y de empeñarnos en liberarlos de todas las marginaciones en que se encuentran sumidos.

82. Este encuentro se ejercitará y profundizará en la escucha atenta de las necesidades de los hermanos y en la disponibilidad sin límites. La caridad será, sin duda, la base primera e indispensable que garantice la calidad del diálogo oportuno y necesario con todos y evite cualquier forma de situarse «por encima» del otro, sobre todo entre los mismos hermanos56. Los frailes, nos dice Francisco, «sean menores y estén sujetos a todos»57 guardándose de toda soberbia y vanagloria58 y venciendo el orgullo con la santa humildad59.

c) La evangelización, empeño de toda la Fraternidad

83. Los aspectos indicados son constitutivos de una Fraternidad evangelizadora. Le ofrecen su primer substrato, fundamentan su identidad, son la matriz vital de su percepción, valoración y actividad, armonizan e integran los diversos componentes de la persona. Por eso, la Fraternidad evangelizadora es previa a cualquier otra consideración, incluso a los ministerios y servicios que está llamada a desempeñar.

84. Esta Fraternidad evangelizadora, de la que somos parte integrante, es nuestra vocación propia, nuestra razón de ser, como reconoce el Capítulo general de San Diego60. Con su vida y su actividad, la Fraternidad se evangeliza a sí misma, se vuelve anuncio de la alegre Noticia de nuestro Señor Jesucristo y, con el testimonio de la vida y el anuncio explícito, colabora por inspiración del Espíritu Santo, «Ministro general de la Orden»61 en la edificación del Reino de Dios.

85. La calidad evangélica de la vida es un elemento decisivo de la consistencia del anuncio62. Éste, a su vez, en cuanto testimonio transmitido mediante la palabra, se funda también en la Fraternidad. Por eso, si el testimonio de la propia vida es constitutivo de nuestra vocación evangelizadora, también lo es, igualmente, el testimonio de la palabra.

86. La forma original de nuestra evangelización radica en el testimonio de la Fraternidad. Subraya, de hecho, el Capítulo general de San Diego: «Este testimonio evangélico compromete a toda la Fraternidad, sin distinción entre clérigos y laicos, y coloca en el centro de nuestras preocupaciones no los métodos, ni las instituciones, ni las estructuras de pastoral, sino la calidad evangélica de nuestra vida»63.

87. Sin interpretaciones acomodadizas, debemos profundizar nuestra conciencia de que «el testimonio de vida o proclamación silenciosa del Reino de Dios», viviendo en Fraternidad y como menores, «puede y debe ser ofrecido por todos los hermanos, tanto clérigos como laicos, predicadores, orantes o «trabajadores», jóvenes y ancianos, sanos y enfermos»64. Los hermanos se entregan al ministerio de la evangelización tanto en la comunión fraterna y en la sociedad humana, como en el ejercicio de la labor pastoral, con el anuncio de la palabra y con el testimonio de la simple presencia franciscana65. Y lo hacen siempre en la Fraternidad evangelizadora y como Fraternidad evangelizadora, en su seno y enviados por ella66.

3. En comunión con la Iglesia

88. Nuestra Orden, Fraternidad evangelizadora, se caracteriza desde sus comienzos por una fuerte dimensión eclesial. Esta dimensión es parte constitutiva de su carisma, manantial de fecundidad y de crecimiento de nuestra forma de vida evangélica. «Siervos» y «sujetos a toda humana criatura»67 asumimos -en, con y desde la Iglesia- el seguimiento de Jesucristo y de su Evangelio como forma de vida en medio de los hombres y suministramos a todos las palabras del Señor68.

a) Adhesión de Francisco a la Iglesia

89. Cuando pide a sus hermanos que observen la pobreza, la humildad y el santo Evangelio de Jesucristo, Francisco subraya que deben hacerlo en el seno de la Iglesia y firmes en la fe católica69. La liturgia romana define a Francisco, según la expresión del Officium Rhythmicum sancti Francisci, redactado por Julián de Espira, como «el varón católico y todo apostólico, enviado por Dios a predicar el Evangelio de la paz»70. Los hermanos menores hemos heredado de Francisco la obediencia y la sumisión a la Iglesia, como garantía de nuestra fidelidad al Evangelio.

90. La Fraternidad de hermanos menores vive su vocación evangélica en el seno de la Iglesia, que le confía la misión evangelizadora que ella misma ha recibido. «El sentido de la Iglesia y el servicio a la misma son nuestra vocación primigenio y nativa», afirman los hermanos reunidos en el Capítulo general de Madrid71. Y las Constituciones generales establecen: «Tengan los hermanos en muy gran aprecio la fe católica, que es un don de Dios, y, descartada toda acepción de personas, profesen su fe con humildad, valentía y alegría de ánimo delante de todos»72.

91. Como es sabido, en los siglos XII y XIII, ante los problemas y escándalos eclesiales existentes, no pocos movimientos evangélicos tomaron una actitud contraria a la Iglesia. Les parecía infiel al Evangelio que ellos querían vivir. Francisco, aunque era bien consciente de los fallos de la Iglesia, siempre quiso permanecer en plena comunión eclesial. Aquella Iglesia concreta era para él el espacio privilegiado donde resonaba la auténtica Palabra de Dios y donde, a través de los sacramentos, proseguía Jesús su obra salvífica.

92. El amor al Evangelio73 y a la Eucaristía74, el respeto a los sacerdotes y prelados75, la llamada a éstos a ser santos76, la solicitud por el sacramento de la penitencia77, el celo por «las verdades de la fe tal y como sostiene y enseña la santa Iglesia romana»78 y la devoción a la cruz de nuestro Señor Jesucristo79 son algunos ejemplos de cómo Francisco quena que la Orden obedeciera y reverenciara a la Iglesia80 y que ésta amara, atendiera y protegiera a la Orden81.

b) Libertad en la búsqueda de la propia forma de vida

93. El hecho de mantenerse firme en la fe a la Iglesia no privó a Francisco de la libertad para buscar y consolidar la forma de vida evangélica que «el Altísimo mismo le reveló que debía vivir»82. Se comprende su valentía en asumir una forma de vida tan pobre y humilde que llegó a provocar un cierto temor en las autoridades eclesiásticas, que intentaron persuadirlo a recorrer «caminos más sencillos» y hasta le sugirieron que se pasara a la vida monástico o eremítica83. Con humildad, pero con firmeza, Francisco rehusó tales consejos y solicitó a la Iglesia la aprobación de su forma de vida.

94. Por otra parte, Francisco no se limitó a reproducir lo que vivía la Iglesia de entonces. Supo asumir e insertar en su forma de vida elementos evangélicos que hicieron muy fecundo su seguimiento de las huellas de nuestro Señor Jesucristo. Prefirió la pobreza y la humildad a la riqueza, la seguridad y la estabilidad institucionales. Sabiendo que la Iglesia de entonces dominaba parte del mundo y ejercía el poder temporal, no deseó otro privilegio que el de la minoridad y si habló de potestad o dominio a sus hermanos fue para decirles que no lo tuvieran nunca84.

95. En vez de copiar el estilo «patriarcal» de la organización institucional de la Iglesia contemporánea, Francisco fundamenta la vida de su Orden en la dimensión fraterna. En un Occidente cristiano que promueve cruzadas contra los musulmanes y a pesar de que «la guerra entre cristianos y sarracenos crecía a diario en dureza y crueldad, (Francisco) no temió presentarse ante el sultán», escucharle y hablarle con respeto85.

96. Francisco alentó y respaldó la actuación de Clara, que se enfrentó con respeto y tenacidad al parecer de cardenales y papas, para obtener y mantener el «privilegio de la pobreza». Es sabido que Clara tuvo que librar, igualmente, una larga, ardua y paciente batalla hasta conseguir que la Sede Apostólica le aprobara su propia Regla.

97. Francisco medió entre el obispo y el podestá de Asís, duramente enfrentados, les expuso la vergüenza de tal situación y, llegándoles al corazón con su humildad y actitud pacífica, restableció entre ellos la amistad y concordia86.

c) La Iglesia nos invita a evangelizar

98. El nacimiento de la Orden de hermanos menores se vincula con el mandato de predicar recibido de la Iglesia, que, dando este mandato, aprueba la forma de vida evangélica de la Orden y, al mismo tiempo, la invita a fecundar la vida eclesial. De hecho, cuando Francisco y sus primeros hermanos piden a Inocencio III la aprobación de la Regla, el Papa les bendice a continuación, les ordena: «Id con el Señor, hermanos, y según El se digne inspiraros, predicad a todos la penitencia»87.

99. Pero Francisco aún no lo tenía todo claro. Sus biógrafos refieren que, tras la aprobación de la Regla, continuaba preguntándose si debía «vivir en medio de la gente o retirarse a lugares solitarios». Pero pronto comprendió que debía «ganar las almas para Cristo», «vivir para bien de los demás», «predicar la palabra de Dios a los pueblos», ser «pregonero del Evangelio»88. Y, «en sus correrías por ciudades y castros», era un «predicador veraz» que, «para poder decir la verdad con plena confianza, primero se persuadía a sí mismo con las obras de aquello de que tenía que persuadir a los demás con la palabra»89.

100. En su Mensaje al Capítulo general de San Diego, Juan Pablo II, tras recordar las palabras que Inocencio III dijo a Francisco en la ocasión antes citada, afirmaba: «Yo hago mío hoy ese envío en misión y os lo repito de nuevo. Y así como la existencia de vuestra Orden se debió a aquel primer envío, así también hoy la misión que ella recibe de la Iglesia en la persona del sucesor de Pedro, le da su razón de ser. Ningún hermano, por tanto, es enviado a título individual. La misma Orden no tiene más misión que la recibida de la Iglesia, conforme a su carisma propio»90.

101. Los últimos Capítulos generales, desde el de Medellín, 1971, han alentado la dimensión evangelizadora de la Orden y destacado las líneas inspiracionales que deben animar la evangelización según nuestro carisma, procurando mantener viva la llama del Espíritu y cultivando las opciones que brotan de nuestra vocación. Existe un enorme potencial latente, un tesoro que debe revisarse sin cesar. De ello dependerá el futuro de la misión que hemos recibido de Francisco y que la Iglesia nos ha confiado.

102. Escuchando el evangelio que narra cómo el Señor envía a sus discípulos a predicar «el Reino de Dios y la penitencia», queremos exclamar con Francisco y con su mismo entusiasmo, don del Espíritu del Señor: «Esto es lo que yo quiero, esto es lo que yo busco, esto es lo que en lo más íntimo del corazón anhelo poner en práctica»91.

103. Este entusiasmo permanece vivo en la Iglesia, que nos envía a evangelizar y nos propone el gran mensaje del Concilio Vaticano II. Por eso ha emergido con tanta fuerza en la Orden, durante los últimos decenios, la toma de conciencia de nuestra dimensión evangelizadora, que define nuestra identidad y es nuestra más profunda razón de ser.

104. Con la Iglesia, que nos envía a evangelizar, nos acercamos con confianza al umbral del nuevo milenio, conscientes de que el Concilio Vaticano II «constituye un acontecimiento providencial... una preparación próxima del Jubileo del segundo milenio», «marca una época nueva en la vida de la Iglesia», fruto de una adecuada y respetuosa relación entre lo «viejo» y lo «nuevo», presentados en un «tono nuevo, desconocido antes», anuncio de «tiempos nuevos» inaugurados en la vida de la Iglesia por el Concilio Vaticano II92.

1CG1§1.

2CapGenl 9l, n. 2; cf. Sel Fran n. 59 (1991) p. 243.

3Cf. Test 14.

4 Rb 1,1.

5 Cf. 1 Cel 84a.

6 Cf. LM 11, lc.

7 Cf. 1 Cel 115; 2 Cel 130.

81 Cel 16a.

9 LM, Milagros 10, Sa.

10 1 Cel 71a.

11 Cf. Rnb 5, 14-15; 7, 2.

12 Cf. Rnb 6, 3.

13 Cf. Adm 12.

14 Test 1-2- 1 Cel 17a.

15Test 3.

16 LP 51a.

17 Rb 6, 3.

18 Rb 6,1-2.

19 Rb 10, 8.

20 Cel 26a, 93a, 100a.

21 Cel 23a.

22 Cf. AlHor 13.

23 Cf. LM 3, 6-7.

24 Cf. Rb 12, 1; Cta0 51; 1 Cel 47.

25 Cf. Rnb 22, 35; LP 97c; 2 Cel 193.

26 CVS 1, lc.

27 Cf. Rb 6, 2.

28 SAN ANTONIO DE PADUA, Sermón del Domíngo XIII después de Pentecostés.

29 SAN BUENAVENTURA, Itinerarium mentis in Deum, e. 1, n, 15.

30 CVS 1, 3b.

31 JUAN PABLO 11, Discurso al III Congreso de la Iglesia italiana, 11, Palermo 23-XI-1995, en L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, 17-XI-51.

32 Test 14.

33 Cf. Rb 6 8.

34 Cf. Test 14.

35 Cf. SalVir 5.

36 2CtaF 3; cf. Adm 7, 4; Test 13.

37 CapGenIS5, n. 24, en Sel Fran n. 42 (1985) p. 478.

38 CG 86.

39 CapGenl85 n. 24, en Sel Fran n. 42 (1985) p. 478.

40 Cf. Rb 12, 1; Ctao 51; 1 Cel 47a.

41 Cf. LP 97c.

42 Lc 4, 19.

43 Test 1-3.

44 LG lla.

45 SC loa.

46 Cf. 2 Cel 201; Ctao 12-33.

47 Lv 19, 2; Mt 5, 48

48 Cf. Rb 6, 2.

49 Cf. Rb 3, 11.

50 Cf. Rb 6, 1.

51 Cf. Rb 51 1.

52 LP 83f.

53 Adm 1, 1.

54 Rnb 9, 1.

55 Cf. JACOBO DE VITRY, Historia orientalis, cap. 32; cf. SC 63.

56 Cf. Rnb 5, lo.

57 Rnb 7, 2.

58Cf. Rnb 17, 9.

59 Cf. SalVir 12.

60 Cf. CapGenl9l n. 2; cf. Sel Fran n. 59 (1991) p. 243.

61 2 Cel 193.

62 Cf. VFC 55.

63 CapGenl9l n. 6; cf. Sel Fran n. 59 (1991) p. 246.

64CG 89.

65 Cf. CG 84.

66 Cf. J. HAMER, Alocución al Capítulo general de San Diego, n. 6, en Acta Capituli Generales, Roma 1991, p. 705; cf. Sel Fran n. 59 (1991) pp. 171178, p. 173.

67 2CtaF 47.

68 Cf. 2CtaF 2.

69 Cf. Rb 12, 4.

70 1º Antífona de las Primeras Vísperas, Solemnidad de san Francisco.

71 CapGenl73 n. 9; cf. Sel Fran n. 6 (1973) p. 284.

72 CG 89.

73 Cf. 1 Cel 84.

74 Cf. Cta0 26-29.

75 Cf. Adm 26; TC 57.

76 Cf. Cta0 23.

77 Cf. Rb 7, 2; Rnb 20, 2-6.

78 LM 4, 3d; cf. Rb 2, 2.

79 2 Cel 203.

80 Cf. Rb, 1, 2; VC 46b.

81 Cf. 2 Cel 25.

82 Test 14.

83 Cf. 1 Cel 33a.

84 Cf. Rnb 5, 9.

85 Cf. 1 Cel 57.

86 Cf. LP 84.

871 Cel 33b.

88 Lm 2, 5b.

89 TC 54.

90 JUAN PABLO II, Mensaje, 5, en Acta Capituli Generalis, Roma, 1991, p.204;

cf. Sel Fran n.59(1991)pp.163-170,p. 165.

91 1 Cel 22a.

92 Cf. TMA 18.20-21.

Reflexionar

a) ¿Cuál es tu/nuestra experiencia real de Fraternidad evangelizadora?

b) ¿Cómo cultivar y rejuvenecer la dimensión evangelizadora del carisma que Francisco legó a nuestra Orden y a todos los hermanos?

c) ¿Estamos en condiciones de indicar con claridad las actitudes fundamentales, las metas y proyectos que deberían caracterizar a nuestra Orden en su camino hacia el tercer milenio?


Escuchar

Suscitóse entre Francisco y sus compañeros la cuestión de si debían vivir en medio de la gente o más bien retirarse a lugares solitarios. Habiendo indagado con insistentes plegarias el beneplácito del Señor sobre el particular, iluminado por el oráculo de la divina revelación llegó a comprender que había sido enviado por Dios a fin de ganar para Cristo las almas que el demonio trataba de arrebatarle. Discerniendo de ahí que debía preferir vivir para bien de los demás antes que para sí solo, se recogió en un tugurio abandonado, que estaba cerca de Asís, con objeto de vivir allí con sus hermanos según la forma de la santa pobreza en el estricto rigor de su Religión y salir a predicar la palabra de Dios a los pueblos conforme a las exigencias de lugares y tiempos. Convertido, pues, en pregonero de Cristo, recorría las ciudades y aldeas anunciando el Reino de Dios no con palabras doctas de humana sabiduría, sino con la fuerza del Espíritu. (Lm 2, 5)

Otros textos:

- Mt 5, 13-16; Lc 10, 1-20; 10, 38-42; Hch 2, 42-48; Rm 10, 14-18.

- Test 14; 1 Cel 22; 2 Cel 130; TC 54; AP 25.

- VFC 10-20; VC 74-76.79.84-85.87-92.

- CG 19-21.38-41.64-65.76.83-88; CapGenl7l M 13-15.1718; CapGenl73 3.5.9.12-17.18-19.20-25; CP0183 1215.18.19-23; CP0188 23-33.45-54; CapGenl9l 2-9; CVS 11, 1-2.4-7.

Orar

¡Oh alto y glorioso Dios!, ilumina las tinieblas de mi corazón y dame fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta, sentido y conocimiento, Señor, para que cumpla tu santo y veraz mandamiento. (ORSD)


CAPÍTULO III

LOS HERMANOS MENORES EN LA ACCIÓN EVANGELIZADORA

105. Somos conscientes, con la Iglesia entera, de que está produciéndose una fecunda renovación. Auscultando los «signos de los tiempos» nos damos cuenta de que, siendo la evangelización nuestra razón de ser, nos hallamos en un momento particularmente oportuno para colaborar con la Iglesia y el mundo desde las exigencias de nuestras raíces. Anunciar al mundo el Evangelio, hecho previamente «espíritu y vida en nosotros», es la aportación genuina y fecunda que podemos ofrecer a la Iglesia.

106. Desde nuestro carisma, que nos constituye en Fraternidad evangelizadora, indico en esta tercera parte los puntos que deben estar presentes en nuestra actividad evangelizadora en el mundo de hoy. Propongo, en primer lugar, algunos imperativos que deben tenerse siempre en cuenta, puesto que brotan de nuestro carisma. A continuación enumero una serie de prioridades que merecen nuestro empeño, atención y cuidado, según las urgencias y necesidades de los diversos lugares y situaciones. Por último, recuerdo varios puntos que merecen un discernimiento continuo y valiente; ruego a toda la Orden que les preste interés y los haga suyos.

107. No pretendo analizar exhaustivamente los temas señalados ni tratar aquéllos que aparecen claramente en nuestras Constituciones generales, sobre todo en el capítulo V, o en los documentos de la Iglesia sobre el anuncio del Evangelio. Sí me detendré algo más en algunos puntos de nuestra praxis evangelizadora en los que confluyen muchos elementos.

108. Recuerdo antes de nada la necesidad de adecuar nuestra labor evangelizadora a las diferentes situaciones y circunstancias en que vivimos y trabajamos1. No puede seguirse siempre el mismo parámetro. Las distinciones son oportunas y muchas veces son, incluso, necesarias. Una cosa es evangelizar en un ambiente donde se desconoce a Cristo y su Evangelio y otra es evangelizar en una comunidad sólidamente estructurado, de fe profunda y de vida cristiana fervorosa; y ambas son distintas de evangelizar a grupos de bautizados que están perdiendo el sentido de la fe, olvidándose de su pertenencia a la Iglesia y alejándose de Cristo y del Evangelio.

109. En el primer caso, la evangelización se presentará sobre todo en términos de misión «ad gentes»; en el segundo se desarrollará como apoyo fecundo a las diversas actividades pastorales; en el tercero se impondrá «la urgente tarea de ofrecer nuevamente a los hombres y mujeres el mensaje liberador del Evangelio»2.

1. Algunos imperativos básicos

110. Sabemos cuáles son las opciones franciscanas que constituyen la base fundamental de nuestra vida evangélica y cómo debemos cultivarlas en nuestro quehacer cotidiano. A continuación enumero algunos imperativos que emergen como exigencias imprescindibles de nuestra actividad evangelizadora en el mundo de hoy.

a) Testigos de Dios

111. Como consagrados, una de nuestras características ha de ser la de captar la presencia de Dios, escucharlo, contemplarlo, testimoniarlo con nuestra vida y anunciarlo con la palabra. El futuro dependerá mucho de nuestra capacidad de testimoniar a Dios, presente en nuestro complejo mundo, traduciendo en la vida la experiencia que tenemos y adquirimos de Él en nuestro seguimiento de Jesucristo pobre, tras las huellas de Francisco de Asís. Situados en el umbral del tercer milenio y en un mundo terrible y bello, hemos de vivir como hombres de Dios, «con el corazón vuelto al Señor»3.

112. Por eso, es importante crear en nuestro mundo lugares de experiencia de Dios y, a la vez, desenmascarar los «falsos dioses» de nuestra época. Es un compromiso profético-crítico. Y, para que sea verdaderamente eficaz, debemos por encima de todo anhelar «tener el Espíritu del Señor y su santa operación»4 condición necesaria para contemplar, en toda su profundidad, el misterio encerrado en el ser humano, en los acontecimientos, en la historia, en la naturaleza y en cuanto apunta al Dios viviente5.

113. No obstante la variedad de experiencias posibles en este ámbito, prestaremos especial atención a la «densidad» de algunos «momentos» y «lugares» de la vida cotidiana. Sabremos reservar tiempo para la oración, la meditación, la celebración eucarística, los retiros. Procuraremos alimentar nuestra dimensión espiritual esmerándonos en atender y cuidar lugares como la capilla, la iglesia, el oratorio. Observaremos a Dios que se revela en el «espejo» de las criaturas y de la historia humana. Cultivaremos la contemplación. Orientaremos todo nuestro ser a Dios. Armonizaremos la dimensión afectiva y la espiritual, enriqueciendo y dando estabilidad a nuestra comunión con Dios y con los hermanos, puesto que estará anclada en la integridad de nuestro ser6.

114. Todo anuncio de la alegre Noticia, sea con la vida o con la palabra, deberá basarse sobre esta experiencia de Dios. Así podremos anunciar de verdad «lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y tocaron nuestras manos»7. En caso contrario, nos apoyamos en las palabras, no en el testimonio, en la exterioridad, no en la piedad ni en la santidad del espíritu8, con el riesgo de perder el sentido de la gratuidad, de deshumanizarnos y endurecer nuestro modo de ser, llegando a arrinconar el sentido autocrítico y, lo que es peor todavía, a racionalizar nuestras incoherencias.

115. Tengamos presente que todo esto se realiza en la Fraternidad, en cuyo seno debe el hermano encontrar espacio para cultivar la experiencia de Dios, sean cuales fueran su edad, sus condiciones de salud y el servicio que realiza. Su testimonio será espontáneo, afable, sereno. Y, en el momento oportuno, predicará lo que vive y su palabra será «como fuego devorador, penetrante hasta lo más hondo del alma», porque estará «invadido del Espíritu de Dios», «conducido por el Espíritu de Dios»9.

116. De hecho, como testigos de Dios, también a nosotros nos llegará el momento de «dar respuesta a quien pida razón de nuestra esperanza»10 con el anuncio explícito de Jesucristo, puesto que la «Buena Nueva proclamada por el testimonio de vida deberá ser, tarde o temprano, proclamada por la palabra de vida. No hay evangelización verdadera, mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el Reino, el misterio de Jesús de Nazaret Hijo de Dios»11.

b) Vida en Fraternidad

117. Siguiendo a Jesucristo en Fraternidad, ésta es justamente el lugar desde donde nos insertamos en la historia y en la Iglesia. La Fraternidad ha sido la «gran novedad» que hemos procurado comprender y expresar cada vez mejor en los últimos decenios, superando toda lectura individualista de la vocación franciscana. El ser hermanos, viviendo en Fraternidad y desde la Fraternidad, nos lleva a cultivar nuestra forma de vida, dándole calidad y hondura. Somos hermanos, no simples compañeros; no vivimos en una pensión, sino que convivimos en una Fraternidad donde el constante aprender a ser hermanos menores es parte integrante de nuestra formación permanente.

118. La pertenencia a la Fraternidad, en la que recibimos el don de los hermanos, revela una categoría fundamental de nuestra forma de vida. Toda nuestra vida se apoya sobre algo anterior: la Fraternidad. En la Fraternidad vivimos la experiencia de la cruz de Jesús. En la Fraternidad vivimos la alegría, la fiesta, el canto, el júbilo, la belleza, el ágape. En ella se inserta toda nuestra vida. El tener un mismo corazón, «los mismos sentimientos de Jesús»12 y ser capaces de amar hasta dar la vida por los hermanos, garantiza la calidad de la Fraternidad.

119. No existe el hermano menor solo. Nos necesitamos unos a otros. La mutua presencia nos brinda la oportunidad de vivir nuestra vocación y hace posible la Fraternidad. Ésta es también el lugar de nuestra maduración permanente. Vivir esta reciprocidad es mucho más que estar juntos: es alteridad, reciprocidad vital, una trama de fuertes relaciones interpersonales, de comunión fraterna.

120. Y esta Fraternidad la vivimos, como menores, en el corazón del mundo, compartiendo sus signos de vida y de muerte, sobre todo los de los más pobres. Esta inserción es perenne memoria de nuestra itinerancia y supone la superación de toda forma de «fraternidad de invernadero», encerrada en sí misma, que da la espalda al mundo y se niega a afrontar sus retos. Como Fraternidad estamos llamados a ser «evangelio vivo» y a llevar al corazón del mundo una mirada de fe, de esperanza y de amor, en la que los gestos concretos precedan a las palabras. De ese modo la Fraternidad será, por sí misma, testimonio y anuncio vivo y creíble del Evangelio.

121. En esta forma de vida todos los hermanos, laicos y clérigos, constituyen, con igual grado de pertenencia y de forma evangélica de vida, la Fraternidad evangelizadora. Y, en este sentido, hay que reconocer que debemos superar un cierto dualismo en la manera de comprender a los «hermanos sacerdotes» y a los «hermanos laicos». Evidentemente, observando las prescripciones del Derecho, se mantendrá la diversidad de condiciones provenientes del orden sagrado, pero sin que ello redunde nunca en menoscabo de lo anteriormente dicho.

c) Compromiso en defensa de la vida

122. Ante los muchos signos de muerte que tienden a sofocar y cercenar al hombre en su identidad profunda y en su integridad constitutiva, asumimos la defensa y la promoción de la vida13. Descubrimos la presencia del pecado personal y social y las raíces antievangélicas que anidan en los sistemas estructuras de muerte. Ante tales situaciones, nos sentimos llamados a una conversión personal y social continua y a empeñarnos en obtener los «cambios» necesarios y la «liberación» integral14.

123. Sobre el ser humano y sobre la creación entera se abaten muchas violencias. La defensa de la vida empezar á por el respeto a la dignidad de la persona humana y por la salvaguardia de la creación. Ahí se asienta el fundamento de todas las opciones posteriores. Sin ese respeto no existe auténtica promoción humana, ni verdadera liberación, ni opción por los pobres o salvaguardia de la creación. En él entrevemos la posibilidad de que el hombre y la creación se desarrollen según el plan de Dios.

124. Por eso, prestaremos especial atención a la familia, como santuario de la vida15. Asumiremos la defensa de la vida, desde el momento de su concepción en el seno materno hasta su conclusión natural. Nos empeñaremos en promover la calidad de la vida existente, para que pueda crecer y alcanzar los niveles propios de la dignidad de la persona. Lucharemos contra cuanto obstaculice, disminuya, oprima o mate esta vida16. Combatiremos enérgicamente el abuso del hombre por el hombre y toda forma de marginación y de dominio. Y prestaremos idéntica atención amorosa a la creación entera, herida de muerte en su equilibrio ecológico.

125. Subrayo la importancia de cultivar la vida en su integridad y calidad. Así colaboraremos con convicción en la eliminación de todos los atentados contra la vida, cuyo arco abarca desde la exclusión de los más pobres y la dominación de los más débiles hasta el aborto y la eutanasia, las guerras, el terrorismo y los fundamentalismos radicales, pasando por otras múltiples formas personales y estructurales de violencia.

126. En Jesucristo Dios se ha revelado plenamente encarnado en nuestra historia humana y solidario con el hombre. Nada humano escapa, por tanto, a la mirada de la fe. Nuestras experiencias de vida y de muerte están insertas en Dios17. Por eso, cuando analizamos la realidad, percibimos latir en su seno el corazón de Dios, que quiere infundir vida, sobre todo donde ésta se encuentra más obstaculizada, humillada y aplastada.

d) Formación y estudios

127. El principio orientador y el sentido último de la formación y de los estudios será siempre la vida y la formación del hermano menor en la Fraternidad y en la Fraternidad evangelizadora. Ése será el objetivo que oriente la formación y los estudios, el que les dé unidad, coherencia y gradualidad. Por eso, los contenidos esenciales del carisma franciscano y su encarnación en nuestro tiempo marcarán hondamente el itinerario formativo en nuestra Orden18.

128. El empeño constante en ser fieles a nuestros orígenes se armonizará adecuadamente con las exigencias del mundo de hoy, escrutando los «signos de los tiempos» y discerniendo los nuevos caminos por los que el Espíritu nos impulsa a actualizar nuestro carisma19. Precisamente por ello, ante los cambios habidos durante los últimos años en el mundo, en la Iglesia y en la Orden, debemos empeñarnos en «resituar y recrear constantemente nuestra identidad de hermanos menores en el nuevo contexto de la historia»20. La formación y los estudios no pueden substraerse a esta obligación, que deben cumplir a la luz del Evangelio y del carisma franciscano21.

129. Es conveniente recordar que «la formación franciscana tiene lugar en la Fraternidad y en el mundo real, donde el hermano menor experimenta el poder de la gracia, es renovado en su mente y en su corazón, y desarrolla su vocación evangelizadora»22. Los estudios, a su vez, son un apoyo necesario para la formación franciscano, pues son «una exigencia fundamental de la evangelización»23.

130. Somos conscientes de que «el edificio de la Orden debe construirse sobre dos pilares: el de la santidad de vida y el de la ciencia»24. Para responder convenientemente a este reto, «es necesario, hoy más que nunca, promover en nuestra Orden la formación intelectual... Este esfuerzo de promoción es necesario tanto en las ciencias teológicas, como en las filosóficas y humanas que nos ayudan a descubrir las palabras del Señor que son espíritu y vida y nos permiten comprender la problemática del hombre contemporáneo»25.

131. Los nuevos areópagos, verdaderos terrenos de misión, nos exigen una preparación sólida y adecuada para ser interlocutores capaces de un diálogo fecundo. El diálogo con las culturas, tan ricas como diversas, supone interlocutores bien preparados.

132. La formación inicial y permanente debe capacitar al hermano menor a «situarse como actor en su época y en su medio», preparándolo adecuadamente a «vivir su misión ejerciendo un oficio o una actividad cualificada en la sociedad, en la Iglesia y en la Orden»26.

2. Prioridades

133. Hablar de algunos objetivos como prioritarios no significa asumirlos sólo temporalmente ni excluir otros. Los indico como guías de la labor evangelizadora que, como hermanos menores, debemos realizar teniendo en cuenta la diversidad de lugares y de situaciones.

a) Inculturación

134. Las Constituciones generales recuerdan algunos principios, que constituyen el punto de partida. Nos dicen que debemos esforzarnos «en escuchar respetuosamente con caridad no fingida a los demás»27. Nos invitan a un estudio serio y atento para percibir «las semillas del Verbo» y la secreta presencia de Dios, tanto en el mundo actual como también en muchos elementos de otras religiones y culturas»28. Y afirman: «Dado el creciente anhelo de los pueblos por vivir y celebrar su fe con formas adecuadas a su idiosincrasia, colaboren de buen grado en esta labor de inculturación»29.

135. El primer problema que aquí se plantea es el del sentido de la palabra «cultura». Muchos identifican la cultura con las grandes realizaciones del espíritu humano: de los artistas, de los intelectuales, etc.; para otros es una superestructura ideológica, que oculta y/o justifica la opresión; algunos la consideran como un sector de la realidad social en sus expresiones política, económica y cultural; hay quienes identifican la civilización con el progreso material y tecnológico; otros, en cambio, la equiparan con los valores universales: paz, amor, democracia, etc.

136. Ninguno de estos sentidos, tomado aisladamente, expresa todo el contenido del concepto «cultura» ni puede captar, por él solo, su dinamismo como «sistema de vida», como ámbito específico de todo cuanto es humano, lugar donde nace la identidad primera y, por consiguiente, a diferencia de los grupos humanos, de los pueblos, de sus opciones de vida y de su enfrentamiento con la muerte. De ahí que la cultura se relacione con el «ethos», en cuanto «matriz» primera que engendra lo específicamente humano y sostiene la vida en un tiempo y en un espacio concretos. En ese sentido, en la cultura se codifica «el modo peculiar como los hombres de un pueblo cultivan sus propias relaciones con la naturaleza, entre ellos con Dios»31. Este concepto integral es el que orientará nuestra reflexión, puesto que nos permite reconocer la especificidad de lo que construye la identidad de cualquier grupo social.

137. Otro elemento de importancia crucial es el de la alteridad, por la que reconocemos al «otro» en su identidad propia, sin reducirlo a nosotros ni a nuestros intereses, nuestros sueños y nuestra cultura. En virtud de la alteridad, el «otro» nunca debe ser tratado como un instrumento y debe ser escuchado siempre con atención y respeto, sin descalificarse por el hecho de ser diverso. ¡Para servir bien es menester «saber escuchar»! Renunciamos a ser dueños absolutos de la verdad. Renunciamos a enmarcar todo y a todos en lo que, en definitiva, sólo es algo relativo y propio de mi/nuestro mundo cultural.

138. A la luz de estos criterios, la evangelización no es ni puede entenderse nunca como trasplante de una cultura o de unos elementos culturales. Ningún modelo cultural puede aprisionar el Evangelio, so pena de caer en un etnocentrismo reductivo que haría degenerar la evangelización en colonización. Como afirma el Concilio Vaticano II, la Iglesia, «en virtud de su misión y su naturaleza, no está ligada a ninguna forma particular de cultura»31. Y Pablo VI escribe: «El Evangelio, y por consiguiente la evangelización no se identifican ciertamente con la cultura y son independientes respecto a todas las culturas»32.

139. Por eso es necesaria la inculturación. Ésta presupone, en primer lugar, que la labor evangelizadora prosiga la encarnación del anuncio de Jesucristo en la historia y en las diversas culturas. ¡Ése es el elemento central! Expresando la relación existente entre fe e inculturación, la Comisión Teológica Internacional subraya que «toda Iglesia local» debe «encarnarse en las culturas concretas», para responder a su vocación de «sacramento que manifiesta a Cristo crucificado y resucitado» como el Hijo de Dios que «hecho hombre... asumió, en cierto modo, una raza, un país, una época»33. Juan Pablo II afirma, hablando de la inserción cultural de la revelación, que la «inculturación expresa muy bien uno de los componentes del gran misterio de la Encarnación»34.

140. La inculturación es un imperativo para toda la Fraternidad evangelizadora, en su seguimiento de Jesús. No es algo opcional o sectorial. Nuestra itinerancia evangélica comporta una solidaridad socio-cultural que debe manifestarse en una cercanía que reconoce y respeta la alteridad. Las relaciones han de cimentarse en la reciprocidad, el diálogo, el respeto, la escucha. Esta inculturación aceptará la alteridad y será fiel tanto a la identidad del mensa je evangélico como a la de las culturas concretas, armonizando con particular fecundidad la unidad de la fe y la diversidad de sus manifestaciones35.

141. Nuestro carisma nos convoca a anunciar a Jesucristo, teniendo en cuenta el reto de la inculturación. Ésta implica, además, el deber de «inculturar la vida consagrada, tanto con vistas a su expansión como con vistas a la calidad del testimonio evangélico que debe ofrecer al mundo»36. No es cuestión de transferir valores y modelos, sino de ofrecer gratuitamente la riqueza de la propia espiritualidad y, al mismo tiempo, «tener las manos abiertas», con delicadeza y sensibilidad, para acoger los beneficios -nuevas intuiciones, posibilidades y valores para la vida religiosa- que brotan de esta encarnación37.

142. Con la inculturación se realiza «la encarnación del Evangelio en las culturas autóctonas y, a la vez, la introducción de éstas en la vida de la Iglesia»38. Esto no significa el simple adaptarse al modo de vivir, de hablar, de vestir, al tipo de vivienda y a los hábitos alimenticios del pueblo de una determinada región y cultura. Significa, más bien, efectuar un proceso de enraizamiento, de inserción y de encarnación para que la cultura local participe de la evangelización desde sus propias raíces, desde su propia identidad, desde su propio ethos. Es, por tanto, un proceso que no se limita a dar a conocer a Jesucristo y la potencialidad de la alegre Noticia del Reino, sino que propicia que las culturas concretas participen en el descubrimiento, la interpretación y la realización de la evangelización, con el consiguiente enriquecimiento de la Iglesia.

b) Misión «ad gentes»

143. La misión «ad gentes», que caracteriza a nuestra Fraternidad desde sus mismos orígenes39 ocupa un lugar preferente y particularísimo en nuestra Orden y es una de las prioridades a las que siempre debemos prestar especial atención.

144. Cuando hablamos de evangelización «ad gentes» pensamos sobre todo en el anuncio explícito de Jesucristo a los pueblos o grupos humanos que nunca han oído la alegre Noticia, el Evangelio de Jesucristo, o que han perdido su primitivo vigor40. En tales casos, ayudamos en la construcción de la Iglesia particular hasta su sólida madurez.

145. El mantenimiento de nuestra presencia en numerosas regiones de misión «ad gentes» y el incremento de nuestra presencia en África, Albania, China y la Comunidad de Estados Independientes son un signo de la conciencia misionera de nuestra Fraternidad, que participa en la misión de la Iglesia siguiendo el ejemplo y la voluntad de san Francisco41.

146. Procuramos estar presentes siempre como Fraternidad misionera. El testimonio de la vida en Fraternidad -en muchos casos se trata de una Fraternidad internacional- es, en sí mismo, presencia evangelizadora, de modo que cuanto hemos dicho antes sobre la Fraternidad evangelizadora encuentra aquí un eco inmediato.

147. Todos los hermanos deben cultivar con generosidad esta conciencia misionera como parte integrante del propio carisma. En efecto, Francisco, obediente a la palabra de Jesús: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación»42. dice, también hoy, a toda la Orden: «Para esto os ha enviado (el Hijo de Dios) al mundo entero, para que de palabra y de obra deis testimonio de su voz y hagáis saber a todos que no hay otro omnipotente sino él»43.

148. Nuestra itinerancia evangélica conferirá a la evangelización una universalidad sin fronteras. Al mismo tiempo, como vimos anteriormente, tendrá presente el gran desafío de la inculturación. La actitud ecuménico y el diálogo interreligioso, aun no siendo siempre fáciles, encontrarán en el fraile menor una disposición paciente, caritativa y pacífica.

c) Opción por los pobres

149. Nuestra evangelización se dirige, en primer lugar, a las personas y llega, a través de éstas, a los sistemas y a las estructuras. Lo importante son los seres humanos que viven en una sociedad y en una cultura concretas. Así pues, evangelizamos al trabajador, no -directamente- el trabajo; evangelizamos a los pueblos, no sus sistemas de gobierno; son evangelizados los hermanos menores, en su Fraternidad, no la institución Provincia o la institución Orden. Evidentemente, hablamos, por analogía, de «evangelizar» los sistemas o las estructuras, cuya transformación forma parte de nuestra misión evangelizadora.

150. Es importante, pues, dejarnos interpelar por el «otro», en cuanto persona. De ahí la importancia de la inculturación, cuyo eje central es la alteridad. El tema del pobre, tan presente en los últimos decenios, al igual que la cuestión del «otro», brota de personas reales, aunque sumidas en relaciones y sistemas que causan o reflejan situaciones inhumanas. La solidaridad, que nos exige respetar al otro en su identidad y en sus diferencias respecto a nosotros, nos impele a compartir la condición del otro en los pobres.

151. Siguiendo a Jesús, pobre, humilde y huésped44, adoptamos «la vida y condición de los pequeños de la sociedad, morando siempre entre ellos como menores», conduciéndonos de tal manera que «nadie se sienta distanciado (de nosotros), sobre todo los que de ordinario se encuentran más desprovistos de cuidados sociales y espirituales»45. Se trata, ciertamente, de compartir su vida. Pero, como afirman las Constituciones generales, esto no nos dispensa de sentirnos llamados a vivir «en este mundo como promotores de la justicia y como heraldos y artífices de la paz»46, defendiendo «los derechos de los oprimidos»47, «plenamente persuadidos de la importancia y gravedad de los problemas sociales»48, esforzándonos en que «los derechos y la dignidad humana de todos se vean respetados y garantizados»49.

152. La opción por los pobres, por tanto, hunde sus raíces en el Evangelio, nos indica cuál es nuestra forma de vida y nos convoca a encontrar a Cristo a través de y/o en los pobres. De hecho, «viviendo con ellos la misma vida, en solidaridad con ellos, y siendo, como ellos, pequeños, humildes y sin poder.. seremos evangelizados por ellos»50.

153. Concretamente, sentimos que el Evangelio nos desafía a revisar nuestra vida de pobreza, nuestras opciones de vida, tanto personales como de Fraternidad. Nos reta a revisar la historia y la realidad a partir de los pobres, asumiendo y dando prioridad a sus necesidades vitales. Nos invita a vivir con lo estrictamente necesario, en espíritu de condivisión, solidaridad y fraternidad. Nos llama a oponernos a toda forma de injusticia y a tomar conciencia de los sistemas de exclusión engendrados por el actual orden internacional que, siguiendo su propia «lógica», «sacrifica» vidas humanas.

154. El grito de los pobres reclama con insistencia profetas y evangelizadores que tengan el valor de estar a su lado, fecundando sus luchas y sus organizaciones con la visión de la fe y con la experiencia de Dios, e identificando con claridad cuáles son las situaciones y las raíces del «pecado social». Urge que seamos profetas y evangelizadores capaces de armonizar fe y vida, haciendo de la opción evangélica por los pobres una realidad viva y constitutiva de nuestra forma de existencia evangélica y, consiguientemente, de nuestra misión evangelizadora.

155. En la medida en que vivamos nuestro carisma, sobrará crear nuevas teologías o especulaciones para hacer una opción por los pobres: para optar por los pobres basta con vivir «nuestra minoridad, nuestra pobreza evangélica y nuestra identidad franciscana»51.

156. La opción por los pobres, dimensión esencial de la vida evangélica, se injerta en el contexto global de la promoción de la justicia y se concretiza en un abanico de acciones que va desde las cuestiones de ética social local hasta las de ética económica mundial. En la tradición franciscana, la denuncia de la cuestión social y económica ha estado siempre en el centro de la predicación popular y ha promovido abundantes iniciativas. En la actualidad, para situar correctamente la cuestión del pobre, de los «nuevos pobres», y conocer los mecanismos que los sumen en la pobreza, es preciso estudiar y comprender los procesos de mundialización. Sin olvidar nunca que el compartir gestos concretos, aunque no sean grandes ni vistosos, es una práctica de caridad que puede llegar a ser, también, denuncia profético.

c) Justicia, paz y salvaguardia de la creación

157. Como consecuencia de lo que hemos dicho, sentimos con fuerza el deber de colaborar activamente y de manera adecuada a cada situación, con la vida, con las obras y la palabra, en la promoción de la justicia y de la paz. Y otro tanto hay que afirmar respecto a la salvaguardia de la creación, que aparece hoy en día «herida de muerte».

158. Sin duda, Francisco es un testigo particularmente eficaz de la paz, la justicia y la salvaguardia de la creación, vividas como don de Dios en Cristo e irradiadas de modo convincente. Así lo evidenció y nos lo propuso con urgencia, teniendo en cuenta las difíciles situaciones en que estamos viviendo, la jornada de oración y de ayuno por la paz celebrada el día 27 de octubre de 1986, en Asís. Quedaba esparcida, así, la semilla universalmente conocida con el nombre de «espíritu de Asís»52.

159. En ese espíritu alimentamos una visión de fondo que subraya la relación fraterna de todos los seres de la creación. Bien conocido es el respeto de Francisco a todas las criaturas. Procuraba unirse a todos los seres creados para alabar con ellos al Creador. Y no lo hacía desde una visión genérica y abstracta de las cosas. Según él, todos los seres, animales y cosas, deben ser tratados con cortesía, respetando su individualidad, su idiosincrasia y su propio lugar en el concierto de la creación53.

160. Cultivar la justicia, la paz y la salvaguardia de la creación significa tener presente que todos los seres existen en Dios y que todos están llamados a la fraternidad universal que El ha deseado desde la eternidad y que Él ha realizada en Cristo. «Todo se mantiene en Cristo, primogénito de toda criatura»54. En la primitiva experiencia franciscano, los seres humanos, la naturaleza y Dios están unidos con un fuerte lazo de simpatía y de cordialidad gracias al cual el Santo de Asís puede confraternizar con las criaturas, sin colocarse nunca por encima de ellas.

161. Debemos tener presente esta rica tradición, que forma parte de nuestro carisma, alimentarla constantemente en nuestra vida y actualizarla a la luz de los «signos de los tiempos». No basta con estar-en-el-mundo. Estamos llamados a con-vivir y compartir, en una línea de comunión, de participación y de fraternidad universal.

162. La justicia lleva a término esta fraternidad universal da forma visible a los ideales que nos animan. Escucha el grito del marginado. Convierte el mundo en lugar de condivisión. Impregna la globalidad de la existencia, asumiendo los retos y urgencias del momento presente. Se vuelve fuerza evangélica dinámica y liberadora. Incluye todos los aspectos de la vida, de los grupos humanos y de los pueblos; está en la raíz de los derechos fundamentales de la persona; urge la protección de las minorías frente a las estructuras sociales, políticas y económicas.

163. En un mundo crucificado por violencias, guerras, integrismos radicales, discordias y divisiones, sentimos la urgencia de la exhortación de Francisco a ser, cada vez más y en todas partes, artífices de paz e instrumentos de reconciliación, empezando por aquéllos con quienes vivimos y a quienes servimos: la Fraternidad, la comunidad local y nacional. En permanente espíritu de discernimiento y guiados siempre por criterios evangélicos, procuramos colaborar con los movimientos locales y con los organismos nacionales e internacionales, promoviendo la paz entre todos los pueblos, las etnias, razas, culturas y religiones.

164. El conocimiento científico de los ecosistemas y de su interdependencia aumentan de día en día. Al mismo tiempo, crece la conciencia de que la destrucción del medio ambiente amenaza el futuro. La crisis ecológica es un problema ético y moral. Como Fraternidad nos sentimos llamados a alentar la espiritualidad de los numerosos movimientos que trabajan por la protección del medio ambiente. El progreso debe ser valorado en términos de calidad y no de simple cantidad, prefiriendo la calidad de la vida a la tendencia a acumular cosas. El hermano menor que vive sobriamente, a tenor del espíritu de san Francisco, es, con su mismo estilo de vida, una respuesta al drama causado por el desequilibro de la creación.

164.

e) Actitud ecuménico y diálogo interreligioso

165. Hoy en día existe mayor conciencia de la necesidad y de la urgencia del diálogo ecuménico. Se han dado importantes pasos, que han conducido a la Iglesia a un diálogo ecuménico más franco y abierto. Recordamos, por ejemplo, la fundación del Consejo Mundial de las Iglesias, en Amsterdam (1949); el Concilio Vaticano II (1962-1965); el diálogo entre Pablo VI y el patriarca Atenágoras (diciembre de 1965); el documento de Lima sobre Bautismo, Eucaristía y Ministerio (1984); los encuentros ecuménicos de Basilea (mayo de 1989) y de Seúl (marzo de 1990).

166. Hay que saber reconocer la riqueza de las otras religiones. Así nos lo indican, especialmente, el decreto Unitatis redintegratio, sobre el ecumenismo; el decreto Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, y la declaración Nostra aetate, sobre la relación de la Iglesia con las religiones no cristianas.

167. Los encuentros de los líderes de las principales religiones del mundo, el 27 de octubre de 1986, en Asís, y, posteriormente, las jornadas de oración del 9 y del 10 de enero de 1993, organizadas en torno a la figura y al mensaje de Francisco y de Clara, han suscitado iniciativas fuertes y, probablemente, eficaces para promover la paz y la fraternidad entre los cristianos y los creyentes de todas las religiones. Estos encuentros se recuerdan como portadores del «espíritu de Asís», que debe impulsarse sin cesar.

168. Francisco alienta a los hombres a una convergencia en la diversidad que es capaz de mantener viva la esperanza y abierto el camino que conduce a la comunión. Cuando la Santa Sede quiso recordar al mundo la urgencia del diálogo interreligioso, lo hizo indicando un lugar: Asís. ¿Por qué Asís? Exhortando a la Familia franciscano y a todos los católicos a encarnar y defender el «espíritu de Asís», Juan Pablo II explica el porqué de esta elección con las siguientes palabras: «Elegí esta ciudad de Asís como lugar para nuestra Jornada de oración por la paz debido a lo que representa el Santo que aquí se venera, san Francisco, conocido y respetado por infinidad de personas en todo el mundo como un símbolo de paz, de reconciliación y de fraternidad»55.

169. Como hermanos menores, queremos asumir esta preocupación de la Iglesia universal y colaborar en la misión de restablecer la unidad con espíritu, actitudes y comportamientos ecuménicos. Cultivar la sensibilidad ecuménica, aunque sea difícil en algunas regiones, debe inducirnos ante todo a la práctica de la caridad. Mis visitas al patriarca de Moscú, en 1993, y al de Estambul, en 1995, quisieron ser signos que nutrieran esta sensibilidad.

170. La tradición franciscana nos invita también a prestar una particular atención al diálogo con nuestros hermanos musulmanes, especialmente en los lugares donde crece inquietantemente el fenómeno del fundamentalismo. La presencia silenciosa franciscana en estos países es signo de un camino de diálogo que queremos mantener siempre abierto.

f) Nuevos areópagos

171. El apóstol Pablo, «después de haber predicado en numerosos lugares, una vez llegado a Atenas, se dirige al Areópago, donde anuncia el Evangelio usando un lenguaje adecuado y comprensible en aquel ambiente»". Hoy en día «se repite en el mundo la situación del Areópago de Atenas»57. Esto puede suceder tanto en las sociedades descristianizadas o postcristianizadas como en las grandes concentraciones urbanas. Puede advertirse, así mismo, en el emerger de proyectos «alternativos» en nuestras sociedades y en muchos ámbitos y sectores de la actividad humana.

172. En nuestras sociedades pluralistas y multicéntricas se ha desintegrado o está desintegrándose la unanimidad socio-cultural-religiosa. Las referencias cristianas tienden a desvanecerse, creando bolsas de población descristianizada o postcristianizada. En no pocos países el catolicismo ha dejado de ser la matriz religiosa mayoritaria. En todos estos casos «se impone la urgente tarea de ofrecer nuevamente a los hombres y mujeres el mensaje liberador del Evangelio»58.

173. En los últimos decenios ha habido rápidas y profundas transformaciones que han influido grandemente en el campo misional, creando nuevas situaciones y nuevos areópagos59. Piénsese, por ejemplo, en la rápida urbanización, en el crecimiento de las ciudades, en la multiplicación de los medios de comunicación social y en la presión demográfica. En el pasado la actividad misional se realizaba sobre todo en regiones aisladas, distantes de los centros urbanos; hoy, en cambio, las grandes ciudades deberían ser los lugares privilegiados de la misión. En muchas naciones más de la mitad de la población vive en unas pocas megalópolis.

174. Existen también nuevos areópagos, dotados casi siempre de un lenguaje propio, en muchos sectores de la vida humana, desde la cultura a la política, desde la economía a la investigación. La encíclica Redemptoris missio menciona expresamente algunos, subrayando sobre todo el mundo de la comunicación y citando, «entre los sectores que han de ser iluminados con la luz del Evangelio (... ), el compromiso por la paz, el desarrollo y la liberación de los pueblos; los derechos del hombre y de los pueblos, sobre todo de las minorías; la promoción de la mujer y del niño; la salvaguardia de la creación»60. Muchos proyectos alternativos que intentan redimensionar los valores y los ejes fundamentales de la vida humana, los movimientos sociales y la liberación ética son otros tantos areópagos a los que debe dedicarse una atención prioritaria.

175. Puede haber otros areópagos, según los diferentes ambientes y regiones. Las universidades, los centros de investigación y de creación artística, la participación en debates públicos son algunos de los muchos posibles lugares de anuncio del Evangelio. No se trata de ser dueños de los diversos areópagos. Lo importante es estar presentes en ellos y saber evangelizarlos. Para eso hace falta un discernimiento previo, con el debido apoyo moral y ético.

3. Discernimiento constante

176. Algunos aspectos de nuestra vida en fraternidad están exigiendo un atento y continuo discernimiento. Son como espacios donde nuestra vida puede volverse más profético y arder con el fuego que consumaba a Francisco, revelando su potencial todavía no desvelado.

a) Nuestras estructuras de evangelización

177. Las estructuras son mediaciones necesarias. A veces, incluso, determinan la supervivencia de una Fraternidad, de una comunidad, de un pueblo. Pero no existen para ellas mismas, sino para facilitar, mantener, apoyar algo, por ejemplo, una causa, un ideal, una obra, unos valores, un carisma. Por eso, se entabla una sana tensión entre las estructuras y aquello de lo que son -sólo- mediaciones. Las estructuras, en efecto, pueden cambiar sin menoscabo del valor o carisma -invariable- al que sirven.

178. La Orden siempre se ha servido para su actividad evangelizadora de estructuras y formas concretas de actuación que le han ofrecido apoyo, vivacidad y eficacia. Las Constituciones generales solicitan un discernimiento constante y afirman que «es incumbencia de los Capítulos, tanto generales como provinciales, examinar si la situación de la Orden en cuanto a selección de las tareas, formas concretas de acción y efectividad del testimonio, responde a las exigencias del tiempo actual y de la labor evangelizadora franciscano»61.

179. Nuestro carisma es más -que las estructuras. Nuestras Provincias, casas, obras, por mucho bien que hagan, pueden agotar su fuerza de mediación. Cuando esto sucede, se produce una situación delicada pero que debe afrontarse con determinación, discernimiento y Perspicacia Profética. El carisma permanece. Permanecen los hermanos, con quienes seguimos compartiendo el camino evangélico. Ahí reside la gracia. Más de una vez se nos pedirá tener el valor de renunciar a ser administradores exánimes de un incómodo «status quo», para arder con el fuego profético que consumía a Francisco.

180. Es menester invertir menos en muros y cemento y más en los hermanos. La formación franciscana, la madurez humana y espiritual, la competencia intelectual y profesional de los hermanos deben ser siempre una de nuestras prioridades, sin descuidar nunca la calidad de vida de nuestras Fraternidades, primer lugar de nuestra evangelización, donde cultivamos la reciprocidad mediante las relaciones interpersonales, el dinamismo fecundo de la alteridad y la comunicación hecha comunión. ¡Cuántas heridas se curan con el calor humano! ¡Cuántas ocasiones para un nuevo nacimiento y para el encuentro con Dios nos ofrece el hermano!

181. La calidad evangélica de nuestra vida y el fuego profético de nuestro testimonio dependerán en gran medida de la capacidad de dejarnos guiar por el Espíritu del Señor, que supera todas las estructuras. Nunca debemos perder de vista el «Reino de Dios y su justicia»62 la primacía del hombre sobre el sábado63 del espíritu sobre la letra64 de la sabiduría sobre el utilitarismo del saber, del ser sobre el hacer, de la gratuidad sobre los resultados mensurables y programados, de la inteligencia de la Cruz que fecunda todo preanunciando el Reino definitivo.

182. En este sentido, la Fraternidad comprende perfectamente que su misión evangelizadora, en cuanto vida evangélica, testimonio y anuncio de la alegre Noticia, transciende las estructuras pastorales existentes, y, permaneciendo atenta a la acción del Espíritu del Señor, no se aferra a las estructuras, sino que es capaz de abrir «nuevas fronteras» y acercarse a quienes viven fuera de ellas.

183. Los estudios y la investigación pueden desarrollarse en un horizonte más amplio que el eclesial y pastoral. La importancia de estos sectores no impide invertir en otras áreas. Nuestra rica tradición nos muestra que, sin perder nuestro carisma, podemos ser puentes y colaborar en la búsqueda de respuestas y de soluciones a las aspiraciones necesidades de los hombres. En esto captamos la grandeza del Creador, causa fontal de todos los seres, cuyo dinamismo se extiende y comunica a toda la creación.

b) Entre la solidaridad y el individualismo

184. Más arriba vimos los grandes retos que nos plantea este tiempo de la razón y de la producción. Ahora formulamos algunas preguntas sobre cuál es nuestro «espacio» en este «mundo nuevo», en esta nueva etapa de la historia, carente de la impresionante cohesión del siglo XIX y de principios del siglo XX, en la que afloran las transformaciones de los últimos decenios desafiándonos con toda su virulencia.

185. Ante esta realidad, existe la posibilidad de lamentar la pérdida de un pasado que ya se acabó y anatematizar los fenómenos negativos del presente. Es cierto que ha habido una pérdida del sentido de la transcendencia y un aumento de individualismo, materialismo, subjetivismo, hedonismo y ateísmo. Por otra parte, nuestros contemporáneos consideran positivas las principales conquistas del iluminismo y de la secularización: libertad, derecho a la individualidad, primado del juicio personal, participación en la política y en la economía, autonomía de la conciencia ética y moral.

186. ¿Estamos en un túnel sin salida? No, ciertamente. Pero no podemos quedar con los brazos cruzados. A mi entender, deben clarificarse mejor las numerosas oportunidades para la futura expresión del cristianismo contenidas en la tendencia del hombre a la libertad y a la autonomía y en la pluralidad que de éstas se deriva. La Ig1esia continúa siendo la Iglesia de Jesucristo. El seguimiento radical de Cristo sigue teniendo pleno sentido y está impregnado de un claro signo escatológico. En el futuro seremos, sin duda, menos uniformes, pero más centrados en la escucha del «Espíritu y de la santa operación del Señor»65.

187. Es cierto que el contexto actual favorece menos el crecimiento y desarrollo de valores muy importantes para la Iglesia, como la solidaridad, la gratuidad, las obligaciones y compromisos personales y comunitarios estables. Por otra parte, la Iglesia y la Vida Religiosa corren el serio peligro de dejarse conquistar por la mentalidad de que con el dinero puede comprarse todo o casi todo, como si la felicidad consistiera en el consumo de bienes, informaciones, opiniones, ofertas de diversión y de tiempo libre, televisión, sexualidad.

188. ¿Qué importancia tienen, en este contexto, por poner un ejemplo, los votos, que suponen confianza, entrega de uno mismo, aceptación de la «nada» en la gratuidad y hasta en la renuncia? ¿Qué lugar y qué sentido tiene el «anonadarse para permanecer en las llagas del Salvador»?66 A la vez que nos dejamos interpelar por estos interrogantes, es conveniente tener en cuenta cómo aumenta cada vez más, incluso entre los no cristianos, el número de quienes perciben la profunda insuficiencia, y hasta el vacío, de la «lógica» del mercado. ¿La multiplicación de nuevas formas, sobre todo esótericas, de religiosidad no es una muestra de la sed que inquieta el corazón humano, naturalmente abierto a la religiosidad y a la transcendencia? ¿Y no indica, también, que nuestro aferramiento a fórmulas del pasado perpetúa nuestra inadaptación y desfase ante el presente, con el riesgo de quedar excluidos del número de los interlocutores de los nuevos areópagos?

189. ¡Cuántos elementos cruciales para nuestra vida -podrían citarse otros- merecen una atención especial' Invito a los hermanos, a las Fraternidades locales y a las Fraternidades provinciales a hacer un discernimiento en el Espíritu del Señor. Ante nosotros se abre un horizonte de esperanza. El momento actual nos ofrece una oportunidad. No existen recetas mágicas. Pero poseemos la promesa del Señor: su Espíritu está presente y operante en medio de nosotros y el tiempo que nos ha tocado vivir es una hora de la gracia de Dios. ¡Nuestra tarea es vivir la vida evangélica!

c) Calidad de vida

190. La crisis del hombre afecta a sus raíces más profundas. Esta realidad incide también en el ámbito afectivo y en el ámbito religioso-espiritual, repercutiendo negativamente sobre la calidad de la vida. Nadie está a cubierto de este proceso. Tampoco los hermanos menores. Y estamos pagando por ello un alto precio, no sólo en número de abandonos, sino también en fragmentación de Fraternidades. Y es que, siguiendo una «política» de resultados, estamos entrando en la «lógica» de hacer muchas cosas y de la competitividad. De ahí que muchas veces no demos la talla a la hora de vivir, compartir, celebrar, contemplar.

191. Separamos el mundo de la ciencia y el mundo de la vida. Aceptamos la diferencia existente entre el ritmo de la «máquina» moderna y el ritmo de la vida y de la naturaleza. Toleramos la fragmentación de la realidad en campos muy diversos. Instrumentalizamos la razón. De ese modo, concluimos reafirmando que lo que vale es lo útil, lo eficaz, lo productivo, los resultados. Y vivimos... «a trozos», fragmentados y sin consistencia. Lo que necesitamos, en cambio, es ¡esforzarnos en «perder tiempo» con el hermano, con la Fraternidad, consagrarles espacio y energías, saborearlos!

192.¿Cómo queremos evangelizar el mundo si estamos fragmentados? Empecemos por nosotros mismos, por nuestra Fraternidad. Busquemos lo que crea comunicación, lo fraterno. Alimentemos lo religioso. Recompongamos lo que está roto. Tengamos una visión amplia y, al mismo tiempo, realicemos lo que parece pequeño y sin importancia, en nosotros y en la Fraternidad donde vivimos. Progresemos con la conciencia de que para la tradición franciscana todo está ensamblado en una fraternidad universal habitada por Dios. Nos hallamos en una hora de conversión, de penitencia, de liberación de ataduras67. Caldeemos el corazón, vayamos al encuentro de los hermanos. Encontremos a Dios. Que renazca la Fraternidad. No olvidemos el calor humano. ¿Queremos ser administradores? Administremos la calidad de la vida fraterna, cuyo testimonio hace exclamar: «¡Ved cómo se aman!» Eso ya es evangelización, pues Jesús afirmó: «La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros»68.

193. Es característico del ser humano el no captar nada de manera neutra. Mediante el pensamiento, los sentidos, actos y palabras entablamos relación con todo cuanto nos habita y nos rodea, incluso con las personas, las cosas y los acontecimientos que nos son aparentemente externos. El ser humano es un todo. Y en esta relación con el todo, dentro y fuera de nosotros mismos, existe un elemento interactivo, la emoción. La emoción está en la base de nuestras relaciones efectivas, cargándolas de «sentido». Por eso reaccionamos con simpatía o con antipatía, con aceptación o con rechazo ante cualquier persona, ser, realidad o circunstancia con que nos vemos en relación. No podemos olvidar este dinamismo, si queremos que nuestra vida fraterna posea calidad y esté impregnada de calor humano. Nuestro desarrollo emotivo-afectivo es tan importante como nuestro desarrollo físico e intelectual69.

194. Cuidar la calidad de la vida es sentar las bases para que nuestras Fraternidades sean células vivas, robustas en la fe, gozosas en la esperanza, fecundas en el amor. Y en tal caso todos los «proyectos» se cimentarán sobre roca y, dóciles al Espíritu del Señor, podrán superar las dificultades.

1 Cf. RPM 33; CFL 34; TMA 57.

2 TMA 57b.

3 CVS I, 3; cf. Rnb 22, 19-25.

4 Rb 10, 8; cf. EN 18.

5 Cf. CVS I, 3.

6 Cf. CVS II.

7 1 jn 1, 1; cf. RM 91.

8 Cf. Rnb 17, 12; cf. VC 74.

9 1 Cel 23a.93a.100b.

10 Cf. 1 P 3, 15.

11 EN 22a; cf. VC 79.

12 Fil 2, 5.

13 Cf. EV 2ss.

14 Cf. CapGenl9l nn. 13-15; cf. Sel Fran n. 59 (1991) n. 6, p. 246.

15 Cf. EV 92-94.

16 Cf. EV 48.

17 Cf. EV 102.

18 Cf. RFF 4.

19 Cf. FP 1.3.

20 FP 2.

21 Cf. GS 4; PC 2.

22 FP 62; cf. RFF 43.

13 JUAN PABLO II, Mensaje al Capítulo general de San Diego, n. 6, en Acta Capituli Generalis, Roma, 1991, p. 204; cf. Sel Fran n. 59 (1991) p. 165.

24 TOMAS DE ECLESTON, De adventu fratrum minorum in Angliam, n. 90.

25 CapGenl9l n. lo; cf. Sel Fran n. 59 (1991) n. 5, p. 245; cf. VC 98.

26 RFF 160.169.

27 CG 93 § 1.

28 CG 93 § 2.

29 CG 92 § 3.

30 CELAM, La Evangelización en el presente y en el futuro de América Latina, III Asamblea General del Episcopado Latinoamericano, Puebla, 386; cf. GS 53.

31 GS 42d.

32 EN 20b.

33 COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, Fe e inculturacíón, nn. 18.28.

34 JUAN PABLO II, Alocución a la Pontificia Comisión Bíblica, 26-1V-1979, en L'Osservatore Romano, 27-4-1979.

35 GS 92; UR 4.11.

36 SÍNODO DE LOS OBISPOS, Novena Asamblea sobre la Vida Consagrada, 1994, Propositiones, 40a.

37 Cf. VC 80.

38 SA 21a.

39 Cf. Rb 12, 1-2.

40 Cf. CG 117.

41 Cf. CG 116 § 1.

42 Mc 16, 15.

43 Ctao 9.

44 Rnb 9, 1.5.

45 CG 66 §§ 1-2.

46 CG 68 § 1.

47 CG 69 § 1.

48 CG 97 § 1.

49 CG 96 § 3.

50 CP0183 n. 29; cf. nn. 28-30; cf. Sel Fran n. 37 (1984) p. 58.

51CP0183 n. 7; cf. Sel Fran n. 37 (1984) p. 53.

52 Cf. MINISTROS GENERALES DE LA FAMILIA FRANCISCANA, En el espíritu de Asís. Carta-Mensaje de los Ministros Generales de la Familia Franciscana sobre la Paz (16-1V-1987), en Sel Fran n. 47 (1987) pp. 217-225.

53 Cf. MINISTROS DE LA FAMILIA FRANCISCANA, «He concluido mi tarea, Cristo os enseñe la vuestra». Carta-Mensaje con motivo del VIII centenario del nacimiento de san Francisco de Asís (19-1V-1981), en Sel Fran n. 29 (1981) pp. 163-194.

54 Col 1, 15,17.

55 JUAN PABLO II, Discurso en Santa María de los Ángeles, n. 5b, en L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 31-X-1986; cf. Sel Fran n. 45 (1986) pp. 351-353, 353; Cf. MINISTROS GENERALES..., En el espíritu..., como en nota 52 de este capítulo.

56 RM 37k, cf. Hch 17, 22-31.

57TMA 57b.

58 TMA 57b.

59 Cf. RM 37 b) y c).

60 RM 371-m.

61 CG 112 § 1.

62 Mt 6, 33.

63 Cf. Mc 2, 27-28.

64 Cf. 2 Cor 3, 6.

65 Rb 10, 8.

67 Cf. 1 Cel 71a.

67 Cf. FP 26. jn 13, 35.

68 Cf. FP 20-22.43.49.57-58.62.

Reflexionar

a) ¿Quién y qué es lo que nos mueve, a la luz de nuestra identidad? ¿Qué imperativos tenemos en cuenta para responder a la forma de vida profesada?

b) ¿Nuestro estilo de vida, nuestro modo de pensar, nuestros proyectos responden a la forma de vida que hemos profesado o, por el contrario, seguimos otros valores y criterios? ¿Cuáles?

c) «Si buscas la paz, ve al encuentro del pobre». Éste fue el lema de la jornada por la paz de 1993. ¿Estamos los hermanos y las Fraternidades convencidos de que la «pobreza evangélica» es fuente de paz?. Cómo vivimos la pobreza para ser artífices de paz?. Qué incidencia tiene el «espíritu de Asís» en nuestra vida y en nuestras relaciones con los otros?

Escuchar

El franciscanismo tiene mucho que decir a la sociedad actual, especialmente de los países más industrializados, atrapados por el consumismo y poco atentos al sufrimiento de millones de criaturas que mueren de hambre; a cuantos, en lugar de construir la paz, se arman para la guerra, y en lugar de defender la naturaleza, de la que san Francisco fue un cantor elevado y puro, la contaminan hasta hacerla enemiga del hombre. Por tanto, os corresponde a vosotros, religiosos franciscanos, en primer lugar y en cuanto tales, dar una respuesta al hombre de hoy, educándolo para una visión correcta y para un empleo digno de las cosas, colaborando en la formación de su conciencia, conforme a una actitud interior luminosa y equilibrada. Vuestra presencia eficaz, en ese sentido, puede significar mucho para la paz y el progreso de la humanidad y la recuperación de los auténticos valores cristianos. Como hijos del Santo de la pobreza evangélica, del hombre de la paz, del amigo de la naturaleza, sois los mejores intérpretes del mensaje dejado por san Francisco a los hombres de su siglo, mensaje siempre actual por su fuerza de renovación de las conciencias y de la sociedad. A vosotros, por tanto, os compete la misión de proponerlo de nuevo con valor y orgullo franciscano. (JUAN PABLO II, Discurso al Capítulo general de los Frailes Menores Conventuales, 27-V1989, nn. 4b-5, en L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 25-VI-1989; cf. texto completo en Sel Fran n. 54 (1989) pp. 326-330).

Otros textos:

- Mt 5-7; 10, 7-14; Lc 10, 1-37; Mc 16, 15-20; jn 13, 1-20; 15, 1-17; 1 Cor 13, 1-13; Gál 5, 13-25; Ef 4, 17-32.


- SRS 39-40.41-42.46-48; RM 33-40.42-44; EV 71-101; VC 51.65.68-71.75-78.82.96-102; JUAN PABLO II, Discurso al Pontificio Ateneo Antonianum, 16 de enero de 1982, en Sel Fran n. 32 (1982) pp. 175-180; Discursos en Asís del 27 de octubre de 1986 y del 9-10 de enero de 1993, en Sel Fran n. 45 (1986) pp. 335-364 y Sel Fran n. 64 (1993) pp. 5-13 ; Mensaje «Urbi et Orbi», 25 de diciembre de 1986.

- CG 66-72.89-110.116-118; RFF 5-34.36-56.164-168; FP 29-36; CapGenl7l F 24-34.43-61.62-70; CapGen/7l M 19-30; CapIGenl73 31-35.36-40; CP0183 24-38; CP0/88 3-43; H. SCHALÜCK, Herencia permanente - Nuevos retos. Reflexiones sobre la identidad de la Vida Religiosa en Europa, en Sel Fran n. 73 (1996) 109-124.

Orar

San Francisco, que recibiste los estigmas en La Verna,

el mundo tiene nostalgia de ti

como icono de Jesús Crucificado.

Tiene necesidad de tu corazón abierto a Dios y al hombre,

de tus pies descalzos y heridos,

y de tus manos traspasadas e implorantes.

Tiene nostalgia de tu voz débil,

pero fuerte por el poder del Evangelio.

Ayuda, Francisco, a los hombres de hoy

a reconocer el mal del pecado

y a buscar su purificación en la penitencia.

Ayúdalos a liberarse también de las estructuras del pecado

que oprimen a la sociedad actual.

Reaviva en la conciencia de los gobernantes

la urgencia de la paz en las naciones y entre los pueblos.

Infunde en los jóvenes tu lozanía de vida,

capaz de contrastar las insidias

de las múltiples culturas de muerte.

A los ofendidos por cualquier tipo de maldad

concédeles, Francisco, tu alegría de saber perdonar.

A todos los crucificados por el sufrimiento,

el hambre y la guerra,

ábreles de nuevo las puertas de la esperanza. Amén.

JUAN PABLO II, Plegaria a san Francisco, La Verna, 17-IX-1993;

L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, 1-X-1993).


CONCLUSIÓN

195. En nuestros días muchos se lamentan y se dejan llevar por el pesimismo. Pero quienes, con fe en el Señor de la historia, procuran acoger e interpretar los signos de muerte y los signos de resurrección, perciben que el momento de la historia que nos ha tocado vivir es una oportunidad, una ocasión propicia que entraña muchas riquezas y posee un inmenso deseo de realización y de plenitud. Es el tiempo de gracia que el Señor nos ha concedido vivir.

196. El horizonte es esperanzador y se traduce en una actitud de fe vivida en solidaridad. Solidarios en la esperanza, caminamos con confianza, entreviendo aquí y ahora signos de vida capaces de infundir ánimo y de responder con fecundidad a los nuevos tiempos y espacios. Nuestra forma de vida evangélica contiene el fundamento idóneo para convertir nuestras Fraternidades en células vivas, cuyo suelo fecundan la fe y la esperanza con una solidaridad sin fronteras.

197. Nuestra acción evangelizadora debe alimentarse de esta esperanza y solidaridad, a fin de ser fermento, sal y luz en el corazón de la humanidad, afrontando los desafíos y las urgencias del presente. Así podrá indicar caminos aptos para testimoniar y anunciar el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo.

198. A esto nos invitaba Juan Pablo II cuando, dirigiéndose a las comunidades franciscanas en La Verna, nos decía: «Queridos hijos e hijas de Francisco, con motivo de vuestra vocación especial que sintetiza y armoniza el recogimiento en este eremitorio y el compromiso apostólico, tenéis la misión de señalar también a nuestros contemporáneos, con actitud de fraternidad universal, la respuesta que satisface estas expectativas... La figura de Clara, primera plantita de Francisco, ha de ser para todos los Hermanos Menores modelo de vida entregada completamente a “observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo”»1.

199. Queremos colocarnos con Francisco ante Jesús crucificado, como hizo él ante el Crucifijo de San Damián, para escuchar la voz de Dios. «Vete, repara mi casa»2 oyó Francisco. El Señor nos hace la misma invitación. Confiando únicamente en la Providencia divina, queremos exclamar, con las mismas palabras que pronunció Francisco el día en que descubrió cuál era su vocación, al escuchar en la Porciúncula el relato evangélico del envío de los discípulos a predicar la alegre Noticia del Reino: «Esto es lo que yo quiero, esto es lo que yo busco, esto es lo que en lo más íntimo del corazón anhelo poner en práctica»3. Nace, así, ante Cristo y en presencia de la Madre del Redentor, la Fraternidad evangelizadora de los hermanos menores.

200. Francisco ora a la «Virgen hecha Iglesia»4 a fin de que también en él se realice la concepción y el alumbramiento del espíritu de la verdad evangélica. María estuvo, así, presente en la fundación de la Orden. Escribe san Buenaventura: «Mientras moraba en la iglesia de la Virgen, madre de Dios, su siervo Francisco insistía, con continuos gemidos ante aquella que engendró al Verbo lleno de gracia y de verdad, en que se dignara ser su abogada, al fin logró -por los méritos de la madre de misericordia- concebir y dar a luz el espíritu de la verdad evangélica»5.

201. Como Francisco y Clara, también nosotros podemos concebir y engendrar, en la Madre del Señor, «que tuvo y tiene toda la plenitud de la gracia y todo bien»6 el espíritu de la verdad evangélica y «llenar la tierra con el Evangelio de Cristo»7. Para que así sea, pongamos nuestro deseo y nuestro compromiso en manos de nuestra Señora de la Porciúncula:

María,

Madre de nuestro Hermano y Señor Jesucristo, pobre y crucificado,

Madre de nuestra Familia, Madre de los pobres:

Escucha nuestra súplica confiada.

Muchos pueblos carecen de pan material y espiritual.

Muchas mentes y muchos corazones carecen del pan de la verdad y del amor.

Muchos hombres carecen del pan de la palabra y del pan del Señor.

Arranca del corazón humano el egoísmo que empobrece.

Que los pueblos del mundo entero acojan la Luz verdadera

y caminen por sendas de Paz y de Justicia

en el respeto mutuo

y la solidaridad injertada en la humanidad de nuestro Dios.

Señora de la Porciúncula

Ilumina nuestra esperanza,

purifica nuestros corazones,

acompáñanos, en los caminos de la evangelización,

hacia un mundo cada vez más justo

y más libre para todos.

Amén.

Roma, 26 de mayo de 1996, Solemnidad de Pentecostés.

1JUAN PABLO 11, Discurso a las comunidades franciscanas en La Verna, nn. 3-4, 17-1X-1993, en L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, I~X-1993; cf. texto en Sel Fran n. 67 (1994) p. 11.

2 Cel 10a. 1 Cel 22a. SAIVM 1.

3 LM 3, la. 6 SalVM 3. 7 1 Cel 97.


ÍNDICE

CLAVE DE SIGLAS Y ABREVIATURAS 5

INTRODUCCIÓN 9

Cap. I. NUEVA FASE DE LA HISTORIA. REALIDAD Y DESAFÍOS 13

1. En este tiempo de la «razón» y la «producción» 15

a) Emergencia del individuo, «sujeto de sí y de la historia» 15

b) Un mundo plural y pluricéntrico 16

c) Proceso de secularización 17

d) Nuevo orden internacional 18

2. Crisis de la calidad de la vida 19

a) Desequilibrio de lo «vital» 20

b) Crisis afectiva y espiritual 21

3. Nuestra Orden frente a estos retos 23

a) Empeño de nuestra Fraternidad 24

b) Momento delicado y decisivo 25

Cap. Il. FRATERNIDAD EVANGELIZADORA 31

1. Nuestra vocación 31

a) Forma evangélica de vida 31

b) Experiencia de contemplación 34

c) La vida en Fraternidad 39

2. La Fraternidad, corazón de la evangelización 41

a) Una Fraternidad que se evangeliza 41

b)Evangelizadores itinerantes en el corazón del mundo43

c) La evangelización, empeño de toda la Fraternidad 45

3. En comunión con la Iglesia 47

a) Adhesión de Francisco a la Iglesia 47

b) Libertad en la búsqueda de la propia forma de vida.49

c) La Iglesia nos invita a evangelizar 51

Cap. III. LOS HERMANOS MENORES EN LA ACCIÓN EVANGELIZADORA57

1. Algunos imperativos básicos 58

a) Testigos de Dios 61

c) Compromiso en defensa de la vida 63

d) Formación y estudios 65

2. Prioridades 67

a) Inculturación 67

b) Misión «ad gentes» 71

c) Opción por los pobres 73

d) Justicia, paz y salvaguardia de la creación 76

e) Actitud ecuménico y diálogo interreligioso 79

f) Nuevos areópagos 81

3. Discernimiento constante 83

a) Nuestras estructuras de evangelización 83

b) Entre la solidaridad y el individualismo 85

c) Calidad de vida 88

CONCLUSIÓN 95

ÍNDICE 99

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