CAPÍTULO GENERAL O.F.M. MEDELLÍN 1971

2. LAS MISIONES EN LA ORDEN FRANCISCANA

PRIMERA PARTE

VOCACIÓN MISIONERA FRANCISCANA EN EL MUNDO ACTUAL

INTRODUCCIÓN

1. —Preámbulo.

A todos nuestros hermanos en San Francis­co, nosotros, los hermanos del Capítulo Gene­ral extraordinario congregado en Medellín, ofrecemos la siguiente declaración sobre nuestra identidad, nuestros ideales y propuestas acerca de nuestra vocación misionera en el mundo actual.

2.—Todos somos misioneros.

Toda nuestra fraternidad es misionera, por lo que cualquier hermano tiene su parte en esta vocación a las misiones. Por lo tanto, cada hermano debe esforzarse por lograr un profundo conocimiento de los fundamentos de esta declaración: el Decreto «Ad gentes», del Concilio Va­ticano II; los demás Decretos y Constituciones del mismo; las Constituciones Generales de nuestra Orden; la vida y escritos de S. Francis­co y los documentos de los distintos Papas. sobre todo, los que se refieren a la evangelización y progreso de los pueblos, a la justicia y a la paz.

3.—Solidaridad con los hermanos que trabajan en las misiones.

Al deciros todas estas cosas, no ignoramos los problemas y dificultades que preocupan seriamente a nuestros hermanos que trabajan en misiones y más aún, los desánimos. Tales pro­blemas están dando lugar a una no pequeña ansiedad y verdadero tormento del corazón, lo mismo en el campo de las misiones que en las Pro­vincias de origen, como se desprende de las nu­merosas respuestas remitidas por los hermanos de toda la Orden. Participamos de esas ansieda­des y las sentimos como si se realizaran en nuestra propia carne.

4.—Confusión de ideas

Aunque el corazón de todos esté repleto de una gran esperanza, a nadie se le oculta la con­fusión de ideas que hay en el mundo, en la Igle­sia y en la Fraternidad. Las mutuas incompren­siones y diferencias de opiniones originan acti­tudes tirantes, que conducen al desánimo.

Tenemos que reconocer, con toda sinceridad que, más de una vez, hasta la propia fe del her­mano empieza a vacilar, viendo y escuchando cuanto se hace y dice en el mundo. La escasez de misioneros, la disminución de vocaciones pa­ra la Orden y para las misiones, los problemas económicos y otras muchas preocupaciones es­tán calando profundamente en nuestra vida or­dinaria. La soledad de los hermanos que viven en lugares remotos, la indiferencia y despreocu­pación de no pocos, el reducido número de frailes que se preocupan de vivir intensamente su vocación y otros más son infortunios que han caído sobre nosotros y provocado en muchos hermanos la duda, el desánimo y hasta el pesi­mismo.

5. —Fe renovada.

La toma clara de conciencia de estos pro­blemas nos mueve a ofreceros el presente documento. Ya desde el principio confesamos que no poseemos medio alguno para solucionar de inmediato todas las dificultades; ni proponer una solución inmediata a todas las cuestiones que se presentan en el mundo actual. Por eso invitamos a todos los hermanos a que busquen la luz con nosotros, esperando que la visión aquí presentada excite en todos una fe renovada y entrega a la vocación misionera. Pero a ninguno de nosotros se le oculta que la verdadera confianza, fortaleza y perseverancia sólo pueden originarse en la fe, que se robustece y reafirma mediante la gracia divina.

6. —Cristo: fundamento de nuestra confianza.

Así, pues, firmemente confesamos que nues­tros corazones están llenos de gran confianza e ilusión y estamos convencidos de que los herma­nos del mundo entero encontraron el camino que los saque de las tinieblas y los lleve a la luz, en la oración, en el diálogo sincero y en la autén­tica vida franciscana. El fundamento de nuestra confianza está en el Evangelio y también en la inmensa buena voluntad que los frailes mani­fiestan por doquier con su actuación sincera y valiente. La certeza del anuncio de Cristo es la garantía de nuestra confianza. Unamos nuestras fuerzas y demos una respuesta franciscana, ge­nuina y concreta a las tensiones y confusión que nos envuelven, dirigiendo nuestros ojos a la «Luz del mundo», pues es el único que puede ofrecer a los hombres una «esperanza viva»[1][2].

CAPITULO I

LA DIGNIDAD HUMANA A LA LUZ DE LA

ENCARNACIÓN Y DE LA FRATERNIDAD

1. —Cristo: modelo del misionero.

Nosotros, hermanos en San Francisco, le­vantamos los ojos a nuestro Señor Jesucristo y a su beatísima Madre, genuinos modelos de nuestra vocación misionera[3]. La fuente de nuestra vida y felicidad es Dios, que tanto amó al mundo, que nos dio a su Hijo Jesucristo, ver­dadero don de vida y alegría.

8.—Fraternidad de amor.

La fuerza de la Buena Nueva reside en la Persona de Jesucristo y nuestro gozo estriba en su inmenso amor a nosotros, más que en nues­tra capacidad para amarlo[4]. Por la fuerza de este amor, Cristo reunió unos discípulos, a quienes descubrió sus pensamientos y su corazón entero y finalmente, ofrendó su vida. En reciprocidad les exigió que formaran una fraterni­dad de amor, que se condujeran como discípu­los suyos y que, siguiendo su ejemplo, amaran a Dios como a Padre y a los hombres como her­manos[5].

9.—La vida de Fraternidad: respuesta de San Francisco.

San Francisco, respondió a esta grandiosa re­velación con una inmensa gratitud y acción de gracias[6]. Toda su vida la consagró al segui­miento de Cristo. Hizo del Evangelio su vida y su misión[7]. Sus discípulos formaron una fra­ternidad en la que el amor a Cristo, el amor en­tre ellos mismos y el amor a todos los hombres, quedaba bien patente en el género de su vida pobre y sencilla[8].

10. —La fraternidad: servicio a la humanidad.

Estamos firmemente convencidos de que es­ta forma de vida de fraternidad imitando a Cris­to y a San Francisco puede prestar también hoy un gran servicio a la humanidad. Anhelamos en­contrar en nuestra fraternidad la solución a las necesidades del mundo de hoy.

«Así, pues, el Hijo de Dios marchó por los caminos de la verdadera encarnación para hacer a los hombres partícipes de la naturaleza divina; siendo rico, se hizo pobre por nosotros, pa­ra que con su pobreza nos enriqueciéramos. Hi­jo del hombre, no vino a ser servido, sino a ser­vir y dar su vida en redención de muchos, es decir, de todos»[9].

11.—Desarrollo integral y libertad verdadera.

Es evidente que la máxima esperanza e ilu­sión de hoy y de mañana es alcanzar una auténtica dignidad humana, mediante el progreso y la libertad. Digamos desde el principio que los tér­minos “progreso» y «libertad» los empleamos en un sentido más profundo que el ordinario. Según nuestro pensamiento, el progreso y la libertad deben ser totales. De ahí que «progreso” signifique desarrollo social y económico, pero sobre todo evolución moral y espiritual, que lleva consigo una participación en la gracia reden­tora de Cristo y que el hombre alcance su últi­ma perfección en la eterna unión con Dios, «Libertad”, a su vez significa ausencia de todo gé­nero de opresión humana, pero de modo singu­lar la liberación del pecado y de la muerte por la fuerza de la cruz de Cristo[10].

“Para un cristiano el progreso apunta nece­sariamente al misterio escatológico de la muer­te. La muerte de Cristo y su resurrección, así como el impulso del Espíritu del Señor, ayudan al hombre a situar su libertad creadora y en gra­cia, en la verdad de cualquier progreso y en la auténtica esperanza que no decepciona jamás”[11].

Al participar más plenamente del misterio de Cristo, los individuos y los pueblos adquirirán una conciencia más clara de que la plena liber­tad y progreso únicamente pueden conseguirse, no sólo buscando los propios intereses sino des­arrollando la propia capacidad, esa libertad crea­dora que se manifiesta en una entrega total de la persona al servicio y amor de los hermanos. Por lo tanto, todo afán de libertad y progreso debe estar dirigido por el deseo de desarrollar su propia capacidad e incrementar el bien y la ale­gría de los hermanos. Si trabajan con sinceridad y valentía en la realidad de este mundo, a la luz del misterio de «una vida que se destruye para resurgir más pujante», estarán siempre en con­diciones de entender la esperanza de una unión eterna con el Bien infinito, es decir, Dios.

12. -Colaboración de nuestras fraternidades.

Esperamos y deseamos ardientemente que nuestras fraternidades, que constituyen nuestra sociedad fraterna, estén siempre dispuestas a servir y ayudar a los hombres a conseguir los valores evangélicos de la dignidad humana, del progreso total y de la verdadera libertad, “que le permita juzgar mejor y aclarar una noción fundamental que está en la base de las socieda­des modernas, al mismo tiempo como móvil, como medida y como objeto: el progreso»[12].


CAPITULO II

NUESTRA MISIÓN SE REALIZA ENTRE LOS HOMBRES

13. —Servidores, amigos y hermanos de todos.

Nuestra misión no busca territorios, sino hombres que viven en una sociedad particular y local a los que el Padre nos envía por medio de la Iglesia. Puede ser que las personas a las que somos enviados tengan ya nuestra fe u otra o tal vez ninguna. Cualquiera que sea su con­dición, queremos ser sus servidores, amigos y hermanos, comenzando por el testimonio de nuestra presencia, como tantas veces nos lo recuerda nuestro Padre San Francisco: “Que no muevan pleitos ni contiendas... y confiesen siempre que son cristianos»[13]. Por tanto, nuestra preocupación es por todos los hombres, especialmente aquellos que buscan una nueva interpretación de la vida, los que anhelan una más auténtica verdad, justicia, libertad y dig­nidad humana, los que padecen pobreza y en­fermedad o son rechazados y despreciados por el mundo. Ahora más que nunca queremos vi­vir y ejercer nuestro apostolado en medio de es­tos hombres.

«En nuestra época principalmente, urge la obligación de acercarnos a todos y de servirlos con eficacia cuando llegue el caso, ya se trate de ese anciano abandonado de todos, o de ese trabajador extranjero despreciado injustamente, o de ese desterrado, o de ese hijo ilegítimo que debe aguantar sin razón el pecado que él no co­metió, o de ese hambriento que recrimina nues­tra conciencia, recordando la palabra del Señor: “Cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis”[14].

14.—Queremos asimilar sus valores.

Debemos esforzarnos durante toda nuestra vida en comprender su modo de pensar, de sentir y de vivir. Esto no se logra solamente apren­diendo su lengua y adoptando sus rectas cos­tumbres, que en el ritmo actual del mundo pue­den cambiar rápidamente; antes que nada es preciso que penetremos en su interior, para cap­tar cuáles son sus anhelos y aspiraciones más profundas. Queremos asimilar sus valores e ideales con los que han construido su propio mundo, con tal que no se opongan al Evangelio; investigar en su compañía su propia idiosincra­sia, mediante un sincero diálogo y entera sumisión al Espíritu Santo, a fin de poder establecer entre ellos una verdadera comunidad local en la fe de Cristo y el signo sacramental.


Todo esto será el fruto de la convivencia, nunca jamás imposición externa. Es preciso que brote de sus fundamentales aspiraciones religio­sas con los genuinos valores del cristianismo. Nosotros, como discípulos de San Francisco, de­seamos colaborar activamente en esta empresa.

15.—Nuevo pluralismo.

Nosotros vemos confirmado este enfoque en el nuevo clima creado durante y después del Concilio Vaticano II sobre las relaciones entre la Iglesia universal y las Iglesias locales[15]. Tenemos que dar gracias a Dios y a la Iglesia porque nuestros misioneros puedan hoy predi­car más fácilmente la Buena Nueva. Ahora la unidad de la Iglesia no exige ya la uniformidad en la liturgia, en la espiritualidad, en la discipli­na, en la teología - quedando siempre a salvo la unidad de la fe— y en las estructuras, medida de suma utilidad para las Iglesias locales, sobre todo las de rito oriental, pues de esta forma pueden buscar libremente su propio camino en las manifestaciones de la índole y tradición de ca­da iglesia.

«Esta Iglesia de Cristo está verdaderamente presente en todas las legítimas reuniones lo­cales de los fieles, que, unidos a sus pastores, reciben también en el Nuevo Testamento el nom­bre de Iglesias... por cuya virtud se congrega la Iglesia una, santa, católica y apostólica»[16].

Así, pues, la Iglesia universal no debe esta­blecerse uniformemente en todos los lugares.

“Los obispos son individualmente, el princi­pio y fundamento perpetuo y visible de unidad en sus iglesias particulares, formadas a imagen de la Iglesia universal, en las cuales y a base de las cuales se constituye la Iglesia católica, urna y única. Por eso, cada obispo representa s su Iglesia y todos juntos con el Papa represen­tan a toda la Iglesia en el vínculo de la paz, del amor y de la unidad»[17].

16.—Deber misionero de las fraternidades locales.

Nosotros, discípulos de San Francisco, que vivimos en fraternidades locales, queremos estar al servicio de las comunidades cristianas en­tre las que vivimos y coadyuvar a que estas co­munidades locales se desarrollen apostólica­mente en su propio mundo.

«Mas como el Pueblo de Dios vive en comu­nidades, sobre todo diocesanas y parroquiales, en las que de cierto modo se hace visible, a ellas corresponde también el dar testimonio de Cris­to delante de las gentes. La gracia de la renovación en las comunidades no puede crecer si no expande cada una los campos de la caridad hasta los últimos confines de la tierra...”[18].

CAPITULO III

PREDICADORES DEL REINO DE DIOS

17. —Luz para el mundo de hoy.

Queremos recordar de nuevo que, al hablar de progreso y libertad, tenemos muy presente en nuestro espíritu la perfección total del hom­bre[19] y su desarrollo, tanto moral y espiritual como socio-económico. Reconocemos el valor y sentido de una evangelización que se des­envuelve en lugares en los que no es tan preci­so el desarrollo económico o social. Vivimos un momento extraordinario de la historia de la hu­manidad en el que las más altas cumbres del progreso, como nunca jamás fue conseguido por el género humano, se presentan unidas a una confusión y desilusión tan profundas como tam­poco hasta ahora se conocía. Hoy más que nunca hay que urgir nuestra condición de «luz que ilumina al mundo», «ciudad colocada sobre el monte[20], «sal que hace sabrosa la vida del hombre»[21]. No olvidemos que el Señor ha puesto en nuestras manos el remedio contra la decepción, el pesimismo, el abatimiento y la ansiedad, males que aquejan al mundo de hoy. ¡Tenemos la Buena Nueva![22]

“Proclama la Palabra, insiste a tiempo y des­tiempo, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana...[23].

18. —Para injertarlos a Cristo.

El gozo, la esperanza y las nuevas energías de aquellos que de una fe imperfecta o de vida cristiana solamente de nombre pasaron a una verdadera amistad con Cristo nos ofrecen esta conclusión: el mejor servicio que podemos prestar a los hombres es ayudarles en la búsqueda directa y personal de Cristo y del genui­no y gozoso amor de Dios. Estamos dispuestos a predicar el Evangelio de palabra y de obra[24], aún en el caso de que nuestra predica­ción resulte incomprensible o sea rechazada. No cejaremos en el empeño de formar comuni­dades eucarísticas con el Pueblo de Dios naci­do de la Palabra y el bautismo consagrándonos al servicio de estas comunidades de fe[25], hasta que alcancen la medida del don de Cris­to[26].


CAPITULO IV

LA EVANGELIZACIÓN, FOMENTO DEL PROGRESO

19. - La evangelización: levadura del progreso.

Queremos presentar una visión más profunda de las inmensas riquezas de Cristo[27], a la luz de este nuevo concepto de progreso. El Sumo Pontífice Pablo VI ha dicho: "Sentimos la perenne necesidad de predicar el Evangelio, para descubrir a los hombres las raíces más pro­fundas del progreso... La evangelización, como respuesta que es a las más nobles aspiraciones humanas, es la levadura del progreso»[28].

20. —Método de «concientización».

Cada vez se ve más claro que el progreso y la libertad no pueden ser impuestos desde el exterior del hombre. Es preciso que los pueblos cobren conciencia de su condición y ayudarles a que ellos mismos promuevan su propio progre­so y libertad. Este método de «concientización resulta muy eficaz”[29]. Excita mediante el diá­logo la necesidad de cambiar la situación actual y de promover con toda su energía la vida humana. Lo que no resulta tarea fácil, pues hay muchos insensibles al estímulo del progreso.


“Vuestro oficio os obliga a despertar la conciencia de los hombres, a la vista de los casos gravísimos de miseria y de los postulados de la Justicia social, según los principios del Evangelio y de la Iglesia»[30].

21 .—Tradiciones de los pueblos y revelación cristiana.

Somos conscientes de los grandes valores espirituales de otras religiones, valores que en manera alguna pretendemos destruir. Confesa­mos abiertamente que están iluminados por la luz, esa luz que el Creador depositó en la natu­raleza de los hombres[31]; mas, al mismo tiempo, nos damos cuenta de que esos valores aún no han sido plenamente iluminados por la revelación de Cristo y necesitan un mayor des­arrollo.

22. —Valor espiritual y obstáculos de muchas ci­vilizaciones.

Nuestros misioneros, por ejemplo, son conscientes del valor espiritual que tiene en muchas civilizaciones el culto a los antepasados[32], pero tampoco puede negarse que semejante cul­to más de una vez los ata tanto a las antiguas tradiciones que no sienten el deseo de alcanzar un progreso mayor[33].

Admitimos las grandes tradiciones espiritua­les de los pueblos de Asia pero no dejamos de reconocer que ese profundo deseo de unión con el Absoluto no es el mejor medio para resolver las cuestiones económicas y sociales de este mundo, incluso los pueblos de Europa y de América septentrional necesitan nuevos estímulos, pues de tal manera se han dejado arrastrar por el progreso material, que la juventud de hoy an­da descarriada y busca ansiosamente y de mu­chas formas una nueva espiritualidad[34]. En algunas regiones del mundo encontramos la "sub-cultura de la pobreza", y juntamente con ella más de una vez existen hábitos religiosos que mantienen al pueblo en una pobreza que no es precisamente la evangélica.

23. —Tarea misionera de nuestro tiempo.

Nosotros, Frailes Menores, queremos pres­tar singular atención a estas necesidades y exi­gencias. Profundizar la conciencia de la dignidad humana, hacer avanzar el progreso y la libertad y conducir espiritualmente a los pueblos, que buscan estos ideales, es algo que entra de lleno en la tarea misional de nuestros días[35], se­gún estas palabras de Pablo VI:

"Invitamos a todos los hombres a formar el Pueblo de Dios y su Iglesia, que contempla el futuro sin apartar sus ojos del presente; un pre­sente lleno de sentido y valor, pero cuyo más alto precio reside precisamente en su relación con el futuro; de ahí su voluntad de preocupar­se del presente con mayor energía y firmeza"[36].

24. —Conservar todo lo bueno

Igualmente queremos comunicar a otros, me­diante un diálogo sincero, los valores cristianos para el progreso. Debemos ser hombres cons­cientes del oficio y obligación que tenemos en la dirección de la historia, pues todos somos cooperadores del Padre de toda creación. De­bemos convencernos de que el Reino de Dios ya está aquí, aunque en misterio; es el Reino de la unidad, del amor, de la justicia y de la paz, y que cada día se realiza más merced a nuestra cooperación con Jesucristo Rey universal. Con­fiamos que al presentar estos y otros valores cristianos a los pueblos de distinta religión, mediante el diálogo y el ejercicio de la fe, cumpli­remos con nuestro deber en este período de la Historia de la Salvación. Así, con la gracia de Dios, tendremos nuevas comunidades locales y fraternidades cristianas. Por ser una respuesta a sus propias necesidades, expresarán en formas autóctonas y variadas los valores cristianos de sus tradiciones culturales y religiosas, pues se debe conservar todo lo bueno que haya en ellas.

CAPITULO V

SOMOS HOMBRES DE PAZ

25.-Paz significa progreso.

Nosotros, Frailes Menores, no podernos apar­tar los ojos de la dura realidad que aflige a no pocos de nuestros hermanos en multitud de lu­gares del mundo actual. Nadie puede ignorar que la miseria humana, la pobreza y la injusticia han llegado a su máximo grado en muchos lugares. Nuestro lema es: «Paz significa progreso». Con todo, es imposible una paz sin justicia.

26 —Identificados con Cristo crucificado.

Firmemente creemos que la vida cristiana comporta fundamentalmente una conversión a Cristo muerto y resucitado y un testimonio concreto de esta conversión. Como discípulos de San Francisco, debemos ser genuinos testigos del Evangelio, sirviendo a los hombres con fide­lidad y entrega, dispuestos a afrontar cualquier dificultad que encontremos en el camino de la paz, de la justicia y de la persecución por el reino de Dios.

27.—No comprometidos con situaciones temporales.

Manteniéndonos fieles a esta nuestra misión de paz, somos fundamentalmente “hombres de paz”, pero no comprometidos, pues la paz por la que luchamos es el fruto de la justicia y del amor[37]. Cuando se trata de revolución vio­lenta, la norma o regla general para los cristia­nos es que no se debe emplear la violencia, aunque no ignoramos cuanto la tradición teológica, jurídica y social enseña sobre el particular en determinados casos.


CAPITULO VI

EL MISIONERO FRANCISCANO ENTERAMENTE CATÓLICO Y APOSTÓLICO

28—Hombres de oración.

Así, pues, afirmamos, sin lugar a duda, que el amor a Cristo es el fundamento de nuestra vocación misionera. Queremos sinceramente ser hombres de Dios, hermanos consagrados de lle­no al Evangelio. Reconociendo plenamente nues­tras limitaciones y debilidades, deberemos ser verdaderos religiosos, consagrados a Dios, a su santa Iglesia y fieles a los ideales de nuestro Padre San Francisco. Además, somos plenamen­te conscientes de que para realizar el plan aquí propuesto debemos ser hombres de «oración y devoción" de donde todo procede y adonde to­do debe dirigirse.

29. -Cristo: Sacramento de la unidad.

Queremos unir nuestro humilde testimonio al testimonio de la Iglesia local, en la confianza de que nuestro testimonio individual y comunitario ayude a entender mejor la realidad y el significado de la Encarnación, Muerte y Resurrec­ción de nuestro Señor Jesucristo —única espe­ranza para todos los hombres- en la salvación de los pueblos; Ofrecemos al mundo a Cristo vivo y presente para que El, que es el sacramen­to del mundo unido a Dios, sea también el sacramento de la unidad de todos[38].

31. —Heraldos del Gran Rey.

Así, pues, nuestra actividad misionera para llevar todas las gentes a Jesús, debe ser el sig­no de nuestro gozo. Somos enviados y marcha­mos por el mundo corno heraldos del Gran Rey»[39], ofreciendo cuanto somos y tenemos, con la esperanza de poder dar a todos los pueblos el testimonio vivo de esta gran verdad: en Cris­to Jesús no hay griego ni judío, libre o esclavo, asiático o europeo; en la familia de Dios no hay discriminación de gentes o pueblos, sino un so­lo Padre, y, por su divino Hijo Jesucristo, también un solo pueblo, una sociedad, una frater­nidad y una comunión en el Espíritu Santo.

SEGUNDA PARTE

ACCIÓN MISIONERA FRANCISCANA

INTRODUCCIÓN

Toda nuestra fraternidad es misionera, por formar parte de la misión salvífica de la Iglesia, aunque hay que admitir también una vocación misionera distinta y específica, como lo atestigua la multitud de hermanos que, siguiendo la divina inspiración, fueron enviados a evangeli­zar a las naciones.

Por lo tanto, hay que poner todo empeño en levantar el espíritu misionero de todos los hermanos, para que activamente, con su acción di­recta o indirecta, colaboren en la evangelización de los pueblos, ya que nuestra vocación es sig­no de que Cristo fue enviado por el Padre para la salvación de todos.

Después de haber tratado del fundamento espiritual de nuestra Orden y del celo apostólico, nos ha parecido oportuno presentar un resumen de las normas más generales —no preceptivas, sino orientadoras y prácticas- tomadas princi­palmente del Decreto Ad Gentes, de las Constituciones Generales y de las sugerencias de los mismos misioneros, a fin de que los hermanos todos puedan encontrar más fácilmente el cami­no para una acción misionera franciscana que responda a las necesidades del mundo de hoy y que haga de su misión un verdadero servicio, según aquellas palabras de nuestro Padre San Francisco: «Siendo yo siervo de todos, estoy obligado a servir a todos y a enseñarles las odo­ríferas palabras de mi Señor»[40].


CAPITULO I

INTERÉS POR LAS MISIONES EN LA ORDEN Y EN LAS PROVINCIAS

1. —Hay que promover el espíritu misionero en la Orden.

La actividad misionera atañe de una forma inmediata y fundamental al Ministro General con su Definitorio. A él incumbe el deber de pro­mover y fomentar en toda la Orden el espíritu y celo apostólico por la evangelización del mundo, y promover y dirigir las actividades misioneras en cualquier punto de la tierra.

2.—Hay que promover y renovar el espíritu mi­sionero en las Provincias.

a) Según el Concilio Vaticano II y el deseo del Seráfico Padre San Francisco, los Ministros Provinciales con sus respectivos Definitorios tienen el deber de fomentar el espíritu y celo por las misiones[41].

b) Todas las actividades misioneras de las Provincias sean promovidas diligentemente por el Ministro Provincial, tales como: la educación y formación de los futuros misioneros, la promo­ción y dirección de los laicos en orden a las mi­siones, la distribución de los subsidios necesa­rios y la especial atención a los misioneros que retornan por motivos de salud o descanso[42]; el Ministro Provincial realice todos estos cometidos por medio del Promotor Provincial de Misiones[43].

c) Compete al Capítulo Provincial, previa exposición de los misioneros, redactar Estatutos peculiares, en los que de forma clara se ex­pongan todas las actividades antes citadas y que tienen como meta prestar una ayuda más eficaz a las misiones.

3—Solicitud por las Vocaciones misioneras.

a) Los Consejos de educadores de las Provincias tomen muy a pecho cultivar el espíritu misionero de los alumnos, y a los que vieren con cierta inclinación natural y con cualidades y ca­pacidad suficiente los inicien oportunamente en la actividad misionera.

b) Tómense las oportunas medidas para que todos los hermanos durante el período de formación sean iniciados en lo que atañe a las misiones, descubriéndoles los horizontes misio­neros de la teología y de las demás disciplinas.

c) Durante el tiempo de formación, además de las múltiples experiencias apostólicas recomendadas por la «Renovationis Causam», aquellos religiosos que fueren juzgados idóneos pue­den ser enviados a tierra de misión o a áreas descristianizadas, para que, bajo la dirección de misioneros ejemplares, puedan ejercitarse en los trabajos propios de las misiones.

d) Los mismos misioneros deben ser los mejores promotores de vocaciones misioneras, por medio de cartas, utilizando los medios de comunicación social, y sobre todo, por sus contactos personales cuando van de vacaciones.

4.—Formación de los misioneros.

Los futuros misioneros de nuestra Orden han de ser preparados y formados teniendo en cuenta las condiciones de cada uno, para que puedan realizar con eficacia las exigencias de las obras que van a emprender[44]. Por lo tanto, deben recibir una adecuada y peculiar formación espi­ritual y moral, doctrinal y apostólica, técnica y profesional, que después procurarán enriquecer con el patrimonio cultural de los pueblos entre los que van a ejercer su apostolado[45]. Es conveniente que los futuros misioneros cursen sus estudios durante algunos años en aquellas áreas socio-culturales donde van a ejercer su stividad, con el fin de adaptarse mejor.

A). —Antes de ir a las misiones.

a) Las Provincias concedan a sus misione­ros libertad para inscribirse en algún Centro especialmente consagrado a la preparación de misioneros, aunque sólo sea para hacer el curso de Misionología, lo mismo si es de la Orden co­mo si pertenece a otra Institución[46].

b) Si dentro de los límites de la propia región o nación es posible el acceso a Centros eclesiásticos o civiles especializados en los problemas peculiares de la región en la que van a trabajar los futuros misioneros, concédaseles de buen ánimo licencia para frecuentar los ci­tados Centros, para que aprendan o se perfec­cionen en las nociones religiosas, culturales, po­líticas, económicas y sociales de aquel país.

c) Procure cada Provincia dar a sus misioneros especialmente dotados una formación pe­culiar o especialización y, de acuerdo con el Su­perior de la Misión, darles también unas nocio­nes sobre aquellos oficios que son más necesa­rios en los respectivos países.

d) No sean enviados a Misiones sino aquellos que muestren deseo y disposición para in­tegrarse, en lo posible, en todos los aspectos de las condiciones concretas de la tierra de Mi­sión.

e) En casos particulares, previo el consentimiento del interesado, los hermanos pueden ser enviados a Misiones para prestar un servi­cio temporal.

B)—En las misiones.

a) Los misioneros al llegar a tierra de mi­sión, procuren completar y perfeccionar su pro­pia formación específica en lo tocante a la len­gua, religión, historia, cultura, idiosincrasia, etc. Esta formación debe impartirse en Centros de las mismas Misiones; mas si no los hay, el Su­perior de la Misión con su Consejo provea oportunamente a la debida formación de los misio­neros[47].

b) Procuren los Superiores que los misio­neros se superen constantemente en su vida franciscana y formación doctrinal, apostólica y específica de acuerdo con las necesidades de los tiempos, reuniéndolos periódicamente con esta finalidad; en estas reuniones aparte de la formación espiritual teológica, pastoral y cultu­ral, póngaseles al día sobre los problemas que afectan al lugar o nación[48].

e) Las misiones necesitan personas espe­cialmente preparadas (para las escuelas, perió­dicos y revistas radio y televisión, cine, etc.) por la singular importancia que tienen estos me­dios en el progreso social de los pueblos y en el anuncio de la palabra de Dios. Por tanto, pón­gase mucho interés en dar a algunos misione­ros, religiosos y laicos una formación especia­lizada[49].


5—Hay que promover el espíritu misionero en la Segunda y Tercera Orden.

a) El Ministro Provincial o los respectivos Asistentes religiosos, por medio del Promotor Provincial de Misiones, si fuere necesario, inviten a las monjas franciscanas, religiosas terciarias y terciarios seculares a vivir intensamente el ideal misionero, vivan siempre espiritualmen­te unidos a sus hermanos misioneros, para que con su oración, penitencia y buenas obras fundamenten su apostolado[50], y se dispon­gan a cumplir la voluntad de Dios, en el caso de que los llame a fundar monasterios o casas re­ligiosas o a desempeñar oficios técnicos-pro­fesionales u otras actividades en tierras de Mi­sión[51].

b) Los Asistentes Provinciales de la T.O.F. presenten a los afiliados la dimensión misione­ra de la Fraternidad Seglar Franciscana, para que sientan el acicate de conocer mejor las ne­cesidades de la Iglesia misionera y la obligación de ayudarla.

6. -Promoción del laicado misionero.

En la formación de los laicos, sobre todo terciarios franciscanos, que quieran consagrarse a la actividad misionera, foméntese gustosamente la colaboración con Centros o Institutos no fran­ciscanos existentes en el lugar. Cuando no exis­tan tales Centros, las Conferencias de Provin­ciales procuren establecer algo parecido, pidiendo la colaboración de peritos.

7.—Promoción del espíritu misionero entre los seglares.

a) Cada Provincia debe preocuparse de que los laicos adquieran una conciencia más profun­da de los problemas misionales, empleando to­dos los medios de comunicación social y facili­tando los contactos con los misioneros.

b) El Promotor Provincial de Misiones estimule a los Promotores locales a trabajar con ahínco en las Asociaciones o Grupos que tienen una finalidad misionera o social, ya que muy frecuentemente de tales personas suelen salir verdaderas vocaciones misioneras y una eficaz colaboración para allegar los fondos necesarios a la actividad misionera.

c) Procure cada Provincia que la Unión Mi­sional Franciscana sea algo realmente eficaz: su finalidad es estimular el conocimiento, el apre­cio y el amor a las misiones, promover las vo­caciones y ayudar a las Misiones encomendadas a la Orden Franciscana mediante la oración y la recaudación de fondos[52].

8. —Ayuda a las misiones.

a) Todas las Provincias deben proveer a las necesidades de sus miembros en la medida de sus posibilidades, y mantener su actividad misionera; y no se olvide de sus misioneros cuando formen parte de una Vicaría o Provincia misionera, o trabajan en las misiones de otra Provincia que no puede ella sola hacer frente a las necesidades.

b) Como testimonio de profundo sentido misional que deben tener todos los hermanos, cada fraternidad local, reunida en Capítulo con­ventual, establezca todos los años una genero­sa aportación pecuniaria para destinarla a los misioneros y sus actividades apostólicas.

c) El Promotor Provincial de Misiones, con la colaboración de los Promotores locales, esti­mule el ánimo de los fieles para atender a las necesidades de nuestras misiones; promueva las iniciativas destinadas a recoger fondos va­liéndose principalmente de la Unión Misional Franciscana.

d) Las colectas pecuniarias, según los Es­tatutos provinciales —quedando siempre a salvo la intención de los donantes—, destínense a los misioneros de la Provincia, al Secretariado Interprovincial de Misiones —donde exista— y al Secretariado General de Misiones, dando cuenta de las mismas a la respectiva autoridad.

e) Las Provincias que no tienen misioneros, a no ser que hayan adoptado la Misión de otra Provincia, deben enviar las colectas al Secretariado General de Misiones y, donde lo ha­ya, al Secretariado Interprovincial[53].

f) La Provincia debe seguir asistiendo a la Misión aún cuando ésta se haya hecho jurídica­mente autónoma, hasta que se haya independizado en todos los aspectos.

g) El Secretariado Interprovincial de Misio­nes, donde exista, y el Secretariado General, deben asistir fraternalmente a las Provincias, Vi­carías y demás entidades misioneras agobiadas por las necesidades económicas.

CAPITULO II

LA ACTIVIDAD DE LAS MISIONES

1 —Planificación.

a) Para que esta labor resulte eficaz, coordinada y de actualidad, es preciso que los misio­neros planifiquen conjuntamente sus actividades en el contexto de la planificación general de la Iglesia local. La mejor manera de hacerlo es de­terminar claramente los fines de toda actividad, lo mismo la individual que la comunitaria, res­pecto a un futuro próximo o más distante, y después seleccionar los fines más a propósito, revisando anualmente los resultados de su activi­dad y haciendo una nueva planificación.

b) Para que tal planificación responda a la realidad, los misioneros adquieran un profundo conocimiento de las necesidades y de la índo­le especial de los hombres a los que sirven. La Misión debe institucionalizar tales investigacio­nes y dedicarse a ellas con sumo interés, em­pleando, en cuanto sea posible, los modernos métodos científicos e incluso los centros profe­sionales.

c) Este estudio y planificación con su correspondiente puesta en marcha debe hacerse en colaboración con otras instituciones y en abierto diálogo con los pueblos interesados, pa­ra que el progreso responda a su propia menta­lidad y sea verdaderamente total y duradero.

d) El camino a seguir en la vida francisca­na y era la acción misionera, quedando a salvo las cláusulas del convenio establecido con el Ordinario del lugar, sea señalado por los Estatu­tos Provinciales, en cuya redacción deben inter­venir el Consejo de Misiones y los propios misioneros, siendo aprobados por la autoridad competente. Tales Estatutos estén coordinados con los de otras misiones de la misma área socio-cultural.

e) El Superior religioso no debe ser sólo un administrador, sino un verdadero animador y promotor de la actividad misionera de los hermanos.

­2. - Cooperación.

A—Con el Ordinario del lugar.

a) Los misioneros franciscanos recuerden que su presencia en las misiones tiene carácter de servicio, por lo que deben ponerse a entera disposición del Ordinario del lugar e insertarse en la organización general del apostolado en aquellas Iglesias. Así, pues, los hermanos, ha­ciendo honor a su minoridad, estén dispuestos a prestar su colaboración en parte de la iglesia lo­cal, aunque resulte incómodo y dificultoso[54].

b) Deben considerar el Ordinario del lugar como el moderador y rector de todo el apostola­do, lo mismo individual que colectivo[55], pero dejando a salvo la necesaria libertad de acción de cuantos trabajan en aquella actividad y sin menoscabo de la índole de nuestra Orden[56].

c) La Orden o la Provincia, al aceptar la Misión, establezca claramente en el convenio con el Ordinario del lugar, cuál es el ámbito pas­toral[57] para el que se pide la colaboración de los misioneros franciscanos, respetando la inte­gridad de su vida franciscana[58].


B. - Con el clero local

Los Frailes Menores tengan en suma estima el clero local, fomentando las relaciones frater­nas, y cooperen con él en la acción pastoral de la Iglesia donde trabajan, sobre todo en la promoción y formación de las vocaciones[59].

C.—Con las otras Familias religiosas e Institu­tos laicales.

a) Los Frailes Menores siéntanse fuerte­mente unidos a los demás misioneros, sacerdo­tes, religiosos y laicos, pertenecientes a otras familias religiosas e institutos misioneros lai­cales que puedan existir en aquella Iglesia: cooperen abiertamente con ellos en la actividad misionera dispuestos a prestar su ayuda a los que se la pidan[60].

b) Traten de remediar las necesidades es­pirituales de los religiosos y misioneros laicos que prestan su servicio a la iglesia local.

c) Puesto que el Concilio Vaticano II con­cede suma importancia a la formación de la vi­da religiosa en el ámbito de la actividad misio­nera esmérense los Frailes Menores en pro­mover —desde el mismo comienzo de la iglesia local— las formas de vida religiosa que mejor respondan a la circunstancia del lugar, ofrecien­do así a los fieles la oportunidad de abrazar la vida de los consejos evangélicos[61].

D.—Con otras misiones franciscanas.

a) Los misioneros franciscanos que traba­jan en la misma área socio-cultural aunque per­tenezcan a entidades distintas, esfuércense en ser “signo» de fraternidad franciscana.

b) Los Superiores de la misma área reúnanse periódicamente para coordinar su ac­ción común y fomenten, dentro de lo posible, las reuniones, los ejercicios espirituales comunitarios y los retiros entre todos los misioneros; así su cooperación será más estable y profunda.

E.—Con las otras comunidades cristianas.

Llevados del espíritu ecuménico que tanto ha resaltado el Concilio Vaticano II, los misioneros cooperen sinceramente con las otras comu­nidades cristianas de la misma área socio-cultu­ral[62].

F.—Con todos los hombres de buena voluntad.

Los hermanos misioneros mantengan también buenas relaciones con los no cristianos e incrédulos, de suerte que, arrastrados por el testimonio de tal caridad, puedan llegar poco a poco a la plenitud de la verdad.

CAPITULO III

PRESENCIA FRANCISCANA EN LAS MISIONES

1 1. —Implantación de la Orden de Frailes Menores.

a) La vida evangélica en los países de mi­sión no puede ser un simple trasplante de nues­tra específica forma de vida, sino una verdade­ra encarnación del espíritu de San Francisco, nuevamente concebido, enunciado y adaptado a la mentalidad y condiciones de vida de aquellos lugares[63].

b) Esta vida religiosa ahí originada y enri­quecida con el patrimonio cultural de esos pue­blos dará nueva energía a la espiritualidad fran­ciscana y su carisma, embelleciendo a la Iglesia local y a la Orden[64]. Para conseguir estos fines procuren los misioneros franciscanos sus­citar y formar vocaciones franciscanas autóc­tonas[65].

c) Los hermanos oriundos tengan presente que también ellos han sido llamados por Cristo para predicar la Buena Nueva en la Iglesia local, formar una comunidad cristiana y suscitar co­laboradores del Evangelio. Mas si alguno de los hermanos, por divina inspiración, quiere ir a otro lugar como misionero y tiene cualidades, los Superiores deben ayudarle a realizar su propó­sito[66].


d) Si las necesidades de la Iglesia local lo exigieren, pueden acceder al diaconado perma­nente hermanos no clérigos idóneos[67].

2—Vida de fraternidad y oración en las Misiones.

Aunque los misioneros estén abrumados por el trabajo, no se dispensen de consagrar a la oración un tiempo cada día, recordando sobre todo este aviso de Pablo VI: «La fidelidad a la oración o su abandono es como el termómetro de la pujanza o del ocaso de la vida religiosa»[68]. Para que mutuamente puedan ayudarse en la vida espiritual e intelectual, su cooperación sea más eficaz y puedan verse libres de los pe­ligros que se derivan de la soledad, nuestros misioneros vivan en comunidades, aunque éstas sean reducidas, fomentando de esta forma el es­píritu franciscano y de unión con Dios. Cuando esto no sea posible, foméntese el espíritu de oración y fraternidad, con ejercicios espiritua­les u otros medios, aunque no sea más que con frecuentes y periódicas reuniones[69]. Ade­más, cuanto sea posible, institúyanse fraterni­dades que puedan dar testimonio de vida con­templativa o de mera presencia en el amor fra­terno. El Superior religioso sea el animador y promotor de la vida de estas fraternidades.

3—Organización de la Orden en tierras de Mi­sión.

a) Si es posible, eríjanse Vicarías o Provincias o, al principio, al menos Federaciones, so­bre todo en los lugares donde trabajan hermanos de diversas Provincias. De esta forma se creará un clima óptimo en las Iglesias locales, para que el franciscanismo local se desarrolle armónica y plenamente[70].

b) En esos mismos lugares, incluso antes de comenzar la organización de la Orden, las diversas entidades de la misma que ejercen allí su apostolado, en cuanto sea posible, acometan tareas comunes y cooperen eficazmente, sobre todo en lo tocante a la formación de nuestros jóvenes.

c) La estructura y administración de las Provincias, Vicarías y Federaciones en tierras de Misión se rigen por Estatutos propios, a te­nor de las Constituciones Generales.

d) Los Visitadores generales, en lo posible, elíjanse de entre los misioneros que actualmen­te están trabajando en la respectiva área socio cultural.

4—Institutos contemplativos franciscanos

Promuévase también la fundación de monasterios de monjas franciscanas, que siempre sin­tieron en su espíritu la vocación misionera y que también hoy desean ardientemente tener parte en la acción misional de nuestra Orden y de la Iglesia[71].

5—Institutos de Hermanas Franciscanas.

Para que las nuevas Iglesias locales se en­riquezcan con el carisma franciscano, los misioneros de la primera Orden sean solícitos en fun­dar casas religiosas de Hermanas Franciscanas que sean aptas y estén dispuestas para injertar­se en la acción misionera de la Iglesia local[72].


6 —Fraternidad Seglar de San Francisco (TOF)

a) En las nuevas Iglesias locales, junto con las demás familias franciscanas, deben erigirse también fraternidades seglares de la Tercera Orden, pues tiene su propia misión en la Iglesia y en el mundo[73].

b) Procuren los misioneros de todos los lugares asistir espiritualmente a las fraternidades de la T.O.F. para que se inflamen en el genuino espíritu de San Francisco.

c) De tal manera deben seleccionarse las vocaciones a la vida misionera franciscana lai­cal en el seno de la T. O. F., que cada tercia­rio, robustecido con la fuerza y la gracia de la fraternidad, sea un verdadero misionero, por el testimonio de su vida y su actividad social y apostólica, pero más que nada por su labor cate­quética[74].

d) Foméntese en los terciarios la posibili­dad de acceder al diaconado, para remediar más fácilmente las necesidades de las Iglesias lo­cales.


CAPITULO IV

ORGANIZACIÓN GENERAL DE LAS MISIONES

1.—Formas de organización misioneras

a) Los Frailes Menores, por ser hermanos de todos, deben acoger gustosamente la invitación de las Iglesias locales, cualquiera que sea su condición, pero especialmente de las recién fundadas y más necesitadas. Para poder cum­plir las peticiones, tengan una organización cen­tral flexible, pero que guarde incólume su fide­lidad a la vida franciscana y facilite el cumpli­miento de sus deberes apostólicos[75].

b) La Orden Franciscana realiza su presen­cia en la Iglesia misionera de muchas formas. Estas son las principales:

1. —Misión encomendada a una Provincia: La Provincia asume la obligación y se compro­mete a ofrecer un servicio misionero a la Iglesia local o a determinada área socio-cultural, según lo acordado.

2. Misión encomendada a varias Provincias: Varias Provincias, ante la imposibilidad de ofrecer cada una la ayuda necesaria a una determinada Iglesia local o área socio-cul­tural, se unen bajo la dirección de las Conferencias Ministros Provinciales, para reali­zar más plenamente este cometido.

3. —Misión encomendada a toda la Orden: Cuan­do por circunstancias o condiciones particulares, la presencia de misioneros procedentes de países que no guardan buenas relaciones con los Gobiernos del área socio-cultural evangelizada, crea un verdadero problema internacional.

c) En las tres formas referidas siempre debe quedar a salvo la autonomía de la Misión local, erigiendo Custodias, Federaciones, Vicarías y Provincias, a tenor de las Constituciones Generales.

2.—Secretariado General de Misiones.

a) Organícese de tal manera el Secretariado General de Misiones que pueda desempe­ñar su cometido con toda garantía. Para eso es preciso que sea un centro coordinador de actividades, que esté en contacto con toda Orden misionera y le ofrezca las noticias que juzgue necesarias y útiles.

b) Es incumbencia del Secretariado recoger noticias interesantes sobre las condiciones lo­cales, los acontecimientos, las necesidades personales y pecuniarias de las distintas misiones donde los hermanos ejercen su apostolado, y comunicar estas noticias a toda la Orden.

c) Tenga a su disposición un fichero bien ordenado, donde se recojan todas las noticias, por lo menos las más recientes, con cuya ayuda cualquiera pueda obtener con facilidad un conocimiento adecuado de cuanto se relaciona con las misiones, es decir, de las personas, las áreas socio-culturales, las necesidades, las peti­ciones, etc.

d) Asimismo corresponde al Secretariado promover y coordinar eficazmente las colectas destinadas a socorrer a las misiones encomenda­das directamente a nuestra Orden o cualesquiera otras que necesiten una ayuda especial[76]. Tenga frecuentes contactos con los organismos internacionales que tratan de ayudar a los pueblos a conseguir el progreso, para desarrollar su acción conjuntamente.

el Además, tenga contactos con la S­da. Congregación para la Evangelización de los pueblos y otras Sagradas Congregaciones o Se­cretariados que tengan la misma finalidad y también con otros Institutos misioneros, cuya fra­terna cooperación ha de estimar en mucho. Finalmente vea la forma de entablar diálogo con grupos de misioneros de hermanos separados estableciendo con ellos una fraterna coexistencia, para que, en la medida de lo posible se evi­te el escándalo de la división donde no hay más que una actividad misionera[77].

f) El Secretariado, al no ser únicamente un órgano administrativo sino orientador, debe em­plear los medios científicos adecuados a las condiciones del mundo de hoy, teniendo muy presentes las modernas investigaciones de la teología, la metodología, la antropología y la pastoral misionera. Por eso debe tener siempre un cuerpo de peritos para su consulta.

3. —Secretariado Interprovincial de Misiones.

a) Para coordinar más eficazmente las actividades misioneras, las Conferencias de Mi­nistros Provinciales instituyan el Secretariado Interprovincial de Misiones[78].

b) El cometido de este Secretariado es pre­ocuparse de todo lo relativo a las misiones, muy singularmente las encomendadas a la misma Conferencia o a las Provincias, y establecer contactos con los Secretariados Provinciales y el Secretariado General de Misiones.

c) La determinación más concreta de este cometido debe hacerse en los Estatutos pecu­liares, elaborados por la Conferencia de Ministros Provinciales.

4. -Secretariado Provincial de Misiones.

a) Para que la gestión del Promotor Provincial de Misiones resulte más eficaz, instituya cada Provincia el Secretariado Provincial de Misiones, al que corresponde coordinar todos los proyectos de la Provincia en orden a suscitar el espíritu misionero y la consecución de las ayu­das necesarias para sostener la acción misio­nera de la Provincia o de la Conferencia o de to­da la Orden.

b) Los Estatutos peculiares de la Provincia determinen más concretamente el cometido de este Secretariado.

5—Consejos locales de Misiones.

a) Procure cada Provincia establecer Con­sejos locales de Misiones en todas las fraterni­dades y obras a



[2] 1 Ped..3

[3] Ad Gentes c. IV.

[4] 1 Jn 1 4,10.

[5] Jn 13,34-35

[6] "Así como nos criaste por medio de tu Hijo así por el afecto con que nos amaste hiciste nacer de la beatísima, santa, gloriosa y siempre Virgen María a este mismo Dios y hombre verdadero, y quisiste con cruz y sangre y muerte desatarnos a nosotros cauti­vos”. (Regla 1, 23. en San Francisco de Asís. Escritos completos. BAC (1965), pg. 18)

[7] 1 Cel 23.

[8] Con este fin os envió al mundo, para que de palabra y obra deis testimonio de su doctrina y hagáis saber a todos que El solo es omnipotente" (Carta al Capítulo General, BAC, pg. 48).

[9] Ad Gentes, n. 3. II Cor. 99; Mc. 10,45; Cf., Ja 18,32; Mt. 20,28

[10] Cf. La liberación del pueblo judío de la opresión de los egipcios. Ex 4 , 8,32.

[11] PABLO VI: "Octogesima adveniens”, n. 41; Cf. II Cor. 3,17

[12] Ibidem. n. 41; n. Ad Gentes, a 12.

[13] El testimonio franciscano entre los infieles, según San Francisco, puede ser: testimonio de diaconía, pues los Hermanos Meno­res deben estar al servicio de todos: "Todos los hermanos en cualquier lugar que con alguno estu­vieren para servir o trabajar, no sean mayordomos ni secretarios ni tengan en la casa alguna presi­dencia u oficio" (Regla I, 7. BAC,). -testimonio de diálogo: ‘"Sean benignos, pacíficos y moderados, mansos y humildes, y hablen honesta­mente a todos, según conviene” (Regla II, 3 BAC, pg. 23): -testimonio de predicación: "Guando vieren ser voluntad de Dios, anuncien su palabra" (Regla I, 16, BAC). --testimonio de martirio: Y todos los hermanos, dondequiera que estuvieren, acuérdense que hicie­ron entrega de sí mismos y dejaron sus cuerpos a nuestro Señor Jesucristo’ (Regla 1, 16, BAC. pág. 1243); -testimonio de alegría: “Y guárdense los hermanos de aparecer tristes, ceñudos e hipócritas; antes muéstrense contentos en el Señor, alegres y religio­samente graciosos!” (Regla I, 14, BAC. pág. 8).

[14] Gaudium et spes, n. 27: ct Mt. 25, 31-46; Lc. 4,18; Sant. 2,1-7; CC. GG. art. 78d

[15] PABLO VI: Octogenina adveniens, n. 4.

[16] Lumen Gentium, n. 26; n. 23, pár. 4; Unitatis Redin­tegratio, a. 16; Orientalium Ecclesiarum, n. 5, pár, 1.

[17] Lumen Gentium, n. 23.

[18] Ad Gentes. n 37; CC GG.1 art. 129,2.

[19] Gaudium et Spes n. 3.

[20] Mt, 5,14.

[21] Mt. 5,13.

[22] PABLO VI: Alocución en el domingo misional, ju­nio 1971.

[23] 2Tim 4,2-3

[24] Carta de San Francisco al Capítulo General, BAC. pág. 48)a

[25] Lumen Gentium n. 11.

[26] Ef. 4.13.

[27] Ef. 34.

[28] PABLO VI: Alocución en el domingo misional, junio 1971; cf. Ad Gentes, n. 8.

[29] Cf. CELAM, Medellín, 1968, libro 2.parte 1 capítulos 16, 17 y parTe 2, cap., 20; par­te 8, cap. 5.

[30] PABLO VI: Evangelica Testificatio n. 18

[31] Nostra Aetate n. 2.

[32] Como en África, Japón y China.

[33] Gaudium et Spes n. 7

[34] Gaudium et Spes n. 1

[35] "Cómo el mismo Padre escudriñó el corazón de los hombres y los llevó con un coloquio verdaderamente humano a la luz divina", así sus discípulos, unidos pro­fundamente por el Espíritu de Cristo, deben conocer a los hombres entre los que viven y conversar con ellos, para advertir en diálogo sincero y paciente las riquezas que Dios, generoso, ha distribuido a las gentes, y al mismo tiempo han de esforzarse por exa­minar estas riquezas con la luz evangélica, liberarlas y reducirlas al dominio de Dios Salvador”. (Ad Gen­tes. n. 11).

[36] PABLO VI: Alocución en el domingo misional, junio 1971.

[37] Gaudium et Spes, n. 77; Ad Gentes, n. 19.

[38] Cf. ‘"Populorum Progressio”, n. 31 y Documentos de la Conferencia. - de Medellín (libro 2, parte 2, cap. 19).

"Si es verdad que la insurrección revolucionaria pue­de ser legítima en el caso de una evidente y prolon­gada tiranía, que se opone seriamente a los derechos fundamentales del hombre y ocasiona un perjuicio al bien común de la nación —lo mismo si procede de personas individuales como si proceden de estructu­ras abiertamente injustas—, no es menos cierto que la violencia o “revolución armada” de ordinario en­gendra otras nuevas injusticias, introduciendo nuevas desigualdades y causando nuevos destrozos. No puede destruirse un mal real con el empleo de un mal ma­yor.”

[39] Cf. también Regla II, /2. BAC. pág. 27.

[40] Carta a todos los fieles (BAC, pg. 43).

[41] Cf. Ad Gentes 27; Regla 1, 12 (BAC,, pág. 27, CC. CG. art. 129,1.

[42] Cf. Ad Gentes, 26; CC GG., art. 135,3.

[43] Cf. CC GG., art. 137,1.

[44] Ad Gentes, 26

[45] Cf. Ad Gentes, 24-26; CC. GG., 132,2.

[46] Cf. CC GG., art. 132,1.

[47] Cf. Ad Gentes, 26; CC. GG., art. 132,1-2.

[48] Cf. Ad Gentes, 26; CC. GG., art. 132,2.

[49] Cf. Ad Gentes, 26, 41

[50] Cf. Ad Gentes, 36, 38; CC. GG., art. 13O,1.

[51] Cf. Ad Gentes, 40.

[52] Cf. CC. GG., art. 138.

[53] Cf. CC. GG., art. 137,2.

[54] Cf. Instrucción de la S C. E. P., 24 de febrero 1969.

[55] Cf. Ibidem.

[56] Cf. Ibidem.

[57] Ad Gentes, 32.

[58] Cf. Instrucción de S. C. E. P del 4 de febrero de 1959.

[59] Cf. Ad Gentes, 26; Testamento de S. Francisco.

[60] Cf. CC. GG., art. 139, 1; Ad Gentes, 32.

[61] Cf. Ad Gentes. 18; CC GG., art 129,2.

[62] Cf. Ad Gentes, LS; CC. GG., art. 139,2.

[63] Cf. CC. CG.. art. 129,2 y 132,3.

[64] Cf. CC. CG art 142,1; Ad Gentes, 16

[65] Cf. CC. CG art 142,1; Ad Gentes, 16

[66] Cf. Regla 11, 12 (BAC, pág. 27); Ad Gentes, 20.

[67] Ad Gentes 16,6.

[68] Evangelica Testificatio, 42.

[69] Cf. Presbyterorum Ordinis, 8

[70] Cf. CC. GG., art. 143, 12.

[71] Cf. Ad Gentes, 18.

[72] Cf. Ibidem

[73] Cf. CC. CG., art. 70.

[74] Cf. Ad Gentes 21, 41r

[75] Cf. Ad Gentes. 19.

[76] Cf. CC GG., art 145.

[77] Cf. Ad Gentes, 29.

[78] CC. GG., art. 138.

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